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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Recogiola M. Bernier, examinola con una lente, y le pareció que el oro estaba como argentado en los alrededores del sitio de la rotura. ¡Diablo! exclamó. ¿Habrá hecho Romagné alguna calaverada? ¿Qué calaveradas queréis que haya hecho? ¿Le tenéis todavía en vuestra casa? No; el pillo me ha abandonado. Trabaja en la ciudad. Espero, sin embargo, que esta vez habréis conservado sus señas.

A poco de verse abandonada, triste y arrepentida la desventurada Facia, recogióla otra vez don Celso por caridad de Dios; y por caridad de Dios también no la dijo una palabra desde entonces que se refiera de cerca ni de lejos a su locura ni a su desgracia; y a su lado fue creciendo la niña Tona, ignorando los verdaderos motivos de las tristezas y amarguras de su madre, y viviendo en la creencia de que su padre había sido un hombre de bien que, como otros muchos, se había marchado a «la otra banda» para mejorar la fortuna, y que allí había muerto sin conseguirlo, al cabo de los años.

La moza tropezó en la bandeja, que sonó. Recogióla la moza. ¡Calla! dijo ¡una bandeja de plata! ¡y sucia!... ¡llena de grasa! ¿cómo está aquí? La llevaré á la repostería. Y siguió subiendo, y tropezó de nuevo. Pero tropezó en un cuerpo humano. Aquel cuerpo estaba frío. La moza empezó á dar gritos. A los gritos de la moza acudieron algunos de la servidumbre.

Después, dando la vuelta a la mesa, recogiola y la colocó en su punto primitivo. Hecho esto, y preparándose para otra jugada, dijo: Supongamos que así sea. El maestro se atascó de nuevo, pero, haciendo un íntimo esfuerzo que quizá trascendió al exterior, continuó: Si es usted caballero, únicamente tengo que decirle que soy su tutor y responsable de su educación.

Palabra del Dia

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