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Actualizado: 5 de septiembre de 2025
Adiós, recibid mi alma. Dorotea.» Y por bajo se leía: «Decid á don Francisco de Quevedo, que en mi casa, en un cajón de la mesa de la sala, está mi testamento; que lo haga cumplir.» Dos lágrimas, gordas, enormes, de Quevedo, cayeron sobre este papel. Luego le dobló en silencio, y le guardó. Padre Aliaga dijo dirigiéndose al religioso que oraba en silencio , vos os quedaréis, ¿no es verdad?
El 18 salimos de aquí como á las ocho del dia, y caminando como 4 leguas, entraba en nuestro rio, entre unos sauzales, otro por la parte del S con sonda de media vara, que dicen ser el Dorado, que debe sus vertientes al Cerro del Alumbre. De esta entrada, á la media legua, el rio, dejando su antigua madre, se extraña hácia la parte del S por espacio de una legua, y vuelve á su natural cajon.
El pensamiento aquel, caía en su cerebro como la piedra en un lago, revolviendo las aguas. Pocos momentos después, la calma volvía a su espíritu. Quedaba puro y tranquilo como el lago. Un día, al entrar repentinamente en la habitación de su cuñado, le encontró examinando un revólver. Al verla trató de ocultarlo en el cajón de la mesa que tenía abierto y se puso colorado. ¿Qué hacías?
La guardaré como en depósito, para devolverla más adelante...» Y ocultó la alhaja en el fondo de un cajón, junto a algunas otras joyas que recibiera de su madre. A los pocos días, el capitán Pérez pidió a Coca en matrimonio... Y Laura, yendo con su hermano a visitar a Vázquez, le contó toda la historia, rogándole no fuera a suponer un manejo torpe y desleal de parte de Coca...
¿Pero y si esa dama se negase á recibirme? ¿No decís que tiene dueña? Sí, señor. Pues bien; tomad para la dueña. El duque abrió otro cajón, sacó de él algunas monedas de oro, y las puso formando una columna bastante respetable en el borde de la mesa del lado de Montiño. El cocinero miró con codicia el oro; pero no le tocó. Guardad eso le dijo el duque , y además... me olvidaba... tomad.
Cuando el niño había sido bueno, Liette le sentaba en su falda delante del pesado escritorio Imperio, y sacaba de un cajón una fotografía medio borrada que, con una trenza rubia de reflejos de sol, componía el relicario materno.
/* ¿Dónde estás, «Papa» valiente, hombre de tanto valor, que por temor a la muerte te escondiste en un cajón?... */
Javier y el Doctrino tomaron en competencia posesión de la cama. Lázaro se acomodó lo mejor que pudo en una silla de tres pies y medio, y el poeta continuó en pie haciendo los honores del sotabanco. Del cajón de la cómoda sacó un pedazo de queso envuelto en un papel, que se había hecho transparente.
Ana oró, con fervor, como en los días de su piedad exaltada; creyó posible volver a la fe y al amor de Dios y de la vida, salir del limbo de aquella somnolencia espiritual que era peor que el infierno; creyó salvarse cogida a aquella tabla de aquel cajón sagrado que tantos sueños y dolores suyos sabía....
En cuanto á fumar, todo el mundo lo hace en Italia, hasta las damas de la corte. Su falta de respetabilidad era tan grande como su ignorancia de la economía, que llegaba al descuido más completo. Jamás se preocupó por saber cómo iba á pagar lo que compraba ni con qué haría frente á los gastos de la vida diaria. Mientras tenía dinero, lo gastaba; cuando el cajón estaba vacío, se privaba de todo.
Palabra del Dia
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