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Los tiradores del cajón son de cristal límpido; un gran tablero de madera se extiende a ras del suelo, entre las bases de las columnas y los pies de la mesa.

¿Pero estás seguro de que no te has engañado? ¡Si hubieras conocido á su madre! ; , ya me has dicho... Verla á ella, es ver á Margarita; además, yo le había hecho una señal... ¡Una señal! ; antes de salir de la casa, para, llevarla á exponer en el cajón de San Martín, sin saber por qué, pensando no en qué, la señalé. ¡Que la señalaste! Le arranqué un pequeño bocado de un brazo.

¡Capitán! ¡capitán! repitió con acentuado desprecio. ¿Capitán de qué? ¿de este cajón con ruedas? ¡Mil rayos y bombas! ¡Capitán de río, sin rol, sextante, ni brújula, con cuatro rajas de leña en la bodega, una derrota de diez horas, un buque en miniatura y un tiquín por timón! ¡Vaya un capitán!

Habíanse apagado las luces del combés para evitar que algún curioso pudiese ver la ceremonia desde las cubiertas del castillo central. Estaban en la obscuridad, silenciosos, encogidos, lo mismo que si preparasen un crimen. Eran fantasmas negros en torno de un cajón blanco inclinado hacia el mar. No teman más luz que la de las estrellas.

Pues ahí, en la bodega, en un cajón, están guardadas las casitas, y los pastores, y los rebaños, y el portal, ¡y todo! Si tus tías quieren, hasta nacimiento habrá, Rodolfito. Tía Carmen, con su buen humor de siempre, se soltó hablando: ¿Pues , por qué no? Mañana nos ponemos a la obra, y la fiesta saldrá muy lucida.

Hacía las «flores»: los pespuntes en forma de triángulo que adornaban los extremos de las ballenas. Era una tarea costosa y mal pagada, como todos los trabajos femeniles. Isidro se enfadó. ¿Deseaba matarse? Pero la sonrisa de Feli contuvo sus protestas. Señalaba con los ojos aquel cajón de la cómoda donde metía el dinero. Apenas quedaban unas cuantas pesetas de lo que les trajo el tío Manolo.

Abrí mi cajón y le entregué el sobre cuidadosamente lacrado y en el que estaban escritas estas palabras: «Para quemarloLuciana le abrió, contó los pliegos, y dijo: Están todas... ¡Qué amable ha sido usted!... ¿Le costó trabajo obtenerlas? Ninguno... La dificultad estuvo en entregármelas aquella misma noche sin que nadie lo notase. ¿Y lo logró? No por completo... Máximo lo vio. ¡Máximo!...

Serviré fielmente á vuestra señoría. Y como os quejáis de haber hecho gastos... Yo no me he quejado, aunque los he hecho... Tomad. El padre Aliaga abrió un cajón y sacó un centenar de escudos que dió al cocinero. ¡Ah! ¡señor! dijo Montiño ; yo no tomaría esto, si no fuera porque estoy pobre. Y en aquellos momentos el cocinero mayor decía la verdad sin saberlo.

Allí se quedaban los dos como dueños de todo. Con otros huéspedes no osaría tales confianzas. Pero el señor de Maltrana podía hacer lo que gustase y disponer de su biblioteca: todas las puertas quedaban abiertas. Si necesitaba clavar algo en el arreglo de la casa, allí tenía un poco de todo, en el cajón de los chismes.

A todas estas el cajón del dinero no se abría ni una sola vez, y a la vara de medir, sumida en plácida quietud, le faltaba poco para reverdecer y echar flores como la vara de San José. Y como pasaban meses y meses sin que se renovase el género, y allí no había más que maulas y vejeces, el trueno fue gordo y repentino.