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Actualizado: 5 de junio de 2025
Las manos, en que el artista se había esmerado, eran excesivamente pequeñas, y a lo largo del cuerpo caían los pliegues de la túnica, tallada en pliegues rectos, pero duros, mal imitados de las esculturas paganas. Pepe miraba alternativamente a Paz y a la Virgen. ¡Qué diferencia! La verdadera divinidad era aquélla.
Lágrimas abundantes caían sobre su pecho, como sobre una ancha bandeja. Entre nosotras continuó Karaulova no se respeta nada, ni moral, ni religión. El otro día me casaron, en broma, con uno de los clientes. Toda la ceremonia fue un sacrilegio. Se hizo burla de cuanto se considera sagrado... ¡No, no, no hago penitencia!
Abundaban en él las arrugas; los ojos tenían en su vértice un fruncimiento de cansancio; los aladares de su cabeza eran blancos, contrastándose con el vértice, que continuaba siendo negro. Las comisuras de la boca caían desalentadas bajo el bigote recortado, con una mueca que parecía revelar el debilitamiento de la voluntad.
Sin embargo, entre los soldados había uno que miraba con malos ojos tantas crueldades inútiles: marchaba silencioso, las cejas fruncidas como digustado. Al fin, viendo que el guardia, no satisfecho con la rama, daba de puntapiés á los presos que se caían, no se pudo contener y le gritó impaciente: Oye, Mautang, ¡déjalos andar en paz! Mautang se volvió sorprendido.
Y caían de cabeza en la ría las vírgenes y los bienaventurados, flotando después de la inmersión con la ligera porosidad de la madera vieja. La muchedumbre seguía lentamente por las riberas el tardo descenso de las imágenes empujadas por la corriente.
El maestro, plantando su muleta ante los ojos del toro, fue echando atrás tranquilamente con la punta de la espada los palos de las banderillas que le caían sobre el testuz. Iba a «descabellarlo». Apoyó la punta del acero en lo alto de la cabeza, buscando entre los dos cuernos el sitio sensible.
Hacia aquel ejido, en el cual había un poste con letrero anunciando venta de solares, caían las tapias de la huerta del convento, que eran muy altas. Por encima de ellas asomaban las copas de dos o tres soforas y de un castaño de Indias.
Amo a los obreros, su alimento y sus costumbres y terminó con acento vehemente, mientras que sus lágrimas caían : Soy la novia de un obrero que vivirá junto con mi padre y que me ayudará a cuidarle. Godfrey fijó la vista en Nancy; tenía el rostro encendido y sus ojos dilatados le ardían.
El momento era crítico; la Naturaleza rugió con toda su indómita fiereza; sentía el calor de su rostro sobre el mío, su cuerpo tibio sobre mi pecho; sus lágrimas de fuego caían sobre mis labios, su piel candente me quemaba, perdí la razón por un momento, abrí los brazos, se me nublaron los ojos y en un segundo de locura, bramando de cólera y de pasión, me iba a arrojar sobre aquella mujer como en un precipicio, cuando un relámpago de la razón iluminó mi frente y pude detenerme en el borde del abismo a que me había arrastrado un instante la fuerza estúpida de la carne.
Sus piernas flaqueaban; sus brazos desmayados caían con abandono voluptuoso. Del pecho le brotaba una risa juguetona, que iba afluyendo de su boca, cual arroyo sin fin, y Pacorrito reía y se agarraba con ambas manos á la pared para no caer.
Palabra del Dia
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