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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Pero siguieron sonando, y su estrépito belicoso entró por sus oídos con la misma impresión reconfortante y cálida que si un vino de generosa embriaguez se deslizase por su boca. Un pelotón de cabos y soldados doce fusiles se había destacado de la doble masa militar. Lo mandaba un suboficial de bigote rubio, pequeño, delicado, con el sable desnudo.

En cambio le pareció que Alicia era distinta: más alta que nunca, más pálida, con unos ojos que de pronto le infundieron miedo. El abrazo cayó sobre él, y á continuación todo un cuerpo que parecía derrumbarse, falto de fuerzas. Sintió contra su pecho un pecho jadeante; los brazos de ella eran de una frialdad cadavérica; una lluvia cálida humedeció su cuello. ¡Miguel!... ¡Miguel! gemía Alicia.

En el gran salon de bóveda de cristal y temperatura cálida, que cubre á los pájaros parlantes y silbadores mas ruidosos, la armonía se pierde en el confuso eco del inmenso ruido que hace la gran familia de los papagayos multicoloros.

En el agua aparecieron los gigantes pacíficos. La leche del mar, su aceite, superabundaba; su cálida grasa, animalizada, fermentaba con inaudito poderío, quería vivir. Hinchóse, pues, tomó forma orgánica en esos colosos, niños mimados de la Naturaleza, dotándolos de fuerza incomparable y de lo que vale más todavía, de preciosa y ardiente sangre roja. Y la ballena fué hecha.

Era una cálida mañana de verano. La sombra de los árboles de ramas extendidas como una inmensa cortina tamizaba los rayos del sol, la atmósfera tibia y húmeda tenía una dulzura penetrante, hundíanse los pies blandamente en el espeso musgo que algodonaba el suelo, y solamente los pajarillos ponían sus notas melancólicas y tiernas en el silencio de los bosques.

Animado, y con la cálida sangre despierta, consideraba a las primitas una por una, calculando a cuál arrojaría el pañuelo. La menor no hay duda que era muy linda, blanca con cabos negros, alta y esbelta, pero la mal disimulada pasión de ánimo, las cárdenas ojeras, amenguaban su atractivo para don Pedro, que no estaba por romanticismos.

En aquel palacio, de extravagante arquitectura, adornado con el mismo mal gusto que la casa de un millonario improvisado, debía pasar Rafael su existencia para realizar el sueño de los suyos, aspirando una atmósfera densa, cálida y entorpecedora, mientras afuera sonreía el cielo azul y se cubrían de flores los jardines.

Crueldad ésta que apreciarán en toda su cálida simpatía, los hombres que están enamorados de una sombra o no. Ayestarain acaba de salir. Me ha dicho que la enferma sigue mejor, y que mucho se equivoca, o me veré uno de estos días libre de la presencia de María Elvira. , compañero me dice. Libre de veladas ridículas, de amores cerebrales, y ceños fruncidos... ¿Se acuerda?

Cuando te tengo así la decía oprimiéndola el talle creo que me quieres más, y daría la mitad de la vida por tener derecho a pasearte como estamos ahora, así, del brazo, por las calles. A me gustaría más estar solitos, sin que nadie nos viese. Se sentía languidecer, presa de una laxitud incontrastable, como flor envuelta en una atmósfera muy cálida: el brazo y el aliento de Pepe la abrasaban.

Y entonces, se había sentido devorar por la necesidad imperiosa de besar esa mano dolorida, de besarla devotamente en el dorso, de besarla con avidez en la palma; se había sentido devorado por el deseo de sentir el contacto de esa mano milagrosa en su cálida frente. ¿No era tan caritativa y bondadosa aquella mano? ¿No la había visto él un día curar cariñosamente a un herido, a un pobre loco, de cuya insania moral todos reían y ella sola se compadecía?

Palabra del Dia

atormentada

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