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¿Yo? dijo con la ruborosa indignación de una virgen de cuya virtud se duda . ¿Y ustedes lo han creído?... ¡Nadie, nadie! exclamó Butrón soltando el resoplido inmenso de un gigante a quien quitan de sobre el pecho una montaña Nadie ha dudado ni por un momento de tu lealtad, hija mía querida, y cree que...

Ambos son retrato del Conde-Duque: el primero esta en el Museo de Berlín, y el segundo, que tiene marcado aspecto de lamina hecha para libro, en la Biblioteca Nacional de Madrid. Don Juan de Butrón. Discursos apologéticos en que se defiende la ingenuidad del arte de la pintura. Madrid, MDCXXVI.

El venerable Butrón seguía desde su agujero toda aquella pantomima, y murmuraba nervioso y exaltado: ¡Bien por Currita!... ¡Es lista esa mona Jenny, caramba!... ¡Con que María Villasis haga lo mismo, triunfamos! El señor Pulido, profeta siempre de desdichas, se permitió dudarlo; su olfato finísimo había adivinado un escollo en que el respetable Butrón no paraba mientes.

Alfonso». Aquella fecha solemne era la del día en que Butrón se avistó por primera vez, después de la Revolución, con los augustos desterrados y juró a los pies del regio niño restaurarlo en el trono de España o morir en la demanda.

Y aquí ahogó de nuevo el llanto la voz de Currita, prosiguiendo a poco entre sollozos: ¡Qué ultraje, Butrón, qué vergüenza!... ¡Creí morirme de sentimiento!... ¡Al padre de mis hijos debo esta ofensa!... Bien se lo he dicho mil veces: tu condescendencia con esa gentuza nos va a perder, Fernandito... Pero ¿viste esa carta? exclamó Robinsón estupefacto.

Y más adelante añadía, describiendo el concurso de personajes ilustres que habían acudido al palacio de Villamelón en aquellos momentos críticos: «Con gran asombro de todos, llegó también presuroso el señor marqués de Butrón, trayendo blanca por completo su poblada barba, negra de ordinario, como las alas del cuervo.

Esta noticia pareció afectar muy poco al caro esposo de la dama y al duque de Bringas; al ministro de la Gobernación hízole, por el contrario, malísimo efecto, dando a sospechar, por sus muestras de disgusto, que algo que la ausencia de Currita chasqueaba por completo le había traído allí y héchole aguantar con paciencia las majaderías culinarias del héroe del combate navo-terrestre de Cabo Negro; como Butrón temía, el nombramiento de camarera mayor comenzaba a mover la cola.

Butrón estrechó la mano de este, murmurando algunas frases corteses, y metiendo Currita la cabeza entre ambos con el descoco más infantil del mundo, dijo muy bajito, saltando casi de alegría, con la pueril vanagloria de la niña que pescara en una fuente un pececillo encamado: ¡Conquista mía, Butrón, conquista mía!... Ya ve usted si me debe el partido...

Firmáronse, pues, estas sin grandes repugnancias, y aquella noche comieron los tres juntos en familia, para ir luego a casa del marqués de Butrón, donde Currita quería presentar a su amigo y protegido Juanito Velarde.

Currita bajó las escaleras apoyada en el brazo de Butrón, encontrando al pie de su berlina, preciosa monería, verdadero juguete forrado de raso azul con botones de terciopelo, que parecía el delicado estuche destinado a guardar una joya.