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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Durante once minutos que he permanecido cerca de la esquina, han atravesado el bulevar de los Italianos cuarenta y nueve ómnibus con veinte personas cada uno, diez en el interior y otras diez en el imperial. Suponiendo que en el trascurso de toda la carrera se renueven tres veces los pasajeros, los cuarenta y nueve ómnibus operarian un trasporte de cuatro mil personas próximamente.
Son iguales exteriormente unos y otros, pero ¡qué diferencia, por dentro!... Anoche, en el bulevar, la gente persiguió á unos vocingleros que gritaban: «¡A Berlín!» Es un grito de mal recuerdo y de peor gusto. Francia no quiere conquistas; su único deseo es ser respetada, vivir en paz, sin humillaciones ni intranquilidades.
Llegaron á las diez: ni un carruaje, ni un hombre en la estación que quisiera cargar con sus paquetes. Todos están en la guerra. Llevan tres horas buscando su camino. Tenemos en París unos sobrinos continúa la anciana. Pero se interrumpe al ver que Filemón se ha desmayado, precisamente ahora que descansa. Los curiosos del bulevar, que esperan siempre un suceso, se aglomeran en torno del banco.
Tal vez estaba ya en París, y en medio de los ruidos del bulevar, en un teatro o en una fiesta, su imaginación se apartaba de lo inmediato para seguir con angustia la marcha de un buque que sólo conocía de nombre. ¡Ay, si ella supiese! ¡Si ella pudiese ver!... Se analizaba Ojeda con una minuciosidad cruel. No era digno de la dicha que había acompañado los mejores años de su existencia.
Durante el almuerzo se habló de una ópera nueva, y la señora de Laroque dirigió sobre este asunto, al señor de Bevallan, una pregunta á que no supo responder, aun cuando siempre tenga, si ha de creérsele, un pie y un ojo en el Bulevar de los Italianos.
Pasaban gran parte del día pegados a ella, explorando el largo corredor alfombrado de rojo, con grandes intervalos de sombra y manchas blanquecinas de eléctrica luz. Las puertas de los camarotes de primera clase se abrían a ambos lados de este pasadizo, que a ellos les parecía interminable y magnífico, como un bulevar habitado por millonarios.
Yo tengo en Bilbao un amigo que se compró a sí mismo trescientas toneladas de brea. No se trata de un bilbaíno, sino de un madrileño. A poco de llegar al café del bulevar, este chico dijo que necesitaba brea. En Maxim's hubiese pedido whisky, pero en el café del bulevar se le desarrollaron apetitos de más importancia. Quería brea, muchas toneladas de brea, y cuanto antes, mejor.
El coche había cruzado, mientras tanto, el bulevar Beaumarchais y el de Filles du Calvaire, y llegado al del Temple, sin que el viajero hubiera dirigido una sola mirada a las magnificencias que va presentando París a los ojos del que llega, a medida que se avanza hacia el bulevar des Italiens y el de Capucins, centro vertiginoso de la gran Babilonia y lupanar dorado y perfumado donde acuden a revolcarse, a costa de su oro, el vicio y la locura de los cuatro ángulos de la tierra.
Bajaba sola y vestida de luto de un coche de alquiler, en el bulevar de los Molinos, frente á la iglesia de San Carlos. Luego había subido las gradas que conducen al templo: iba sin duda á rezar por su protegido. Y don Marcos dijo esto con cierta emoción, como si la visita á la iglesia borrase todos los comentarios que llevaba oídos en los últimos días.
Y, como si esperase hallar con el movimiento alguna de esas ideas que se ocurren de repente al volver una esquina o brotan en medio del arroyo, lanzóse a la calle después de encerrar en la cómoda todos los papeles, y siguió por el bulevar des Capucins, y entró por el de la Magdalena, y recorrió luego toda la calle Real, y entróse después por un laberinto de calles desconocidas, para volver a las dos horas al hotel, rendido, fatigado, sin haber pensado nada ni decidido nada tampoco...
Palabra del Dia
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