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Actualizado: 26 de mayo de 2025
No; aquí no dijo con un mohín de contrariedad . ¡Qué idea habernos citado en este sitio! Fueron á sentarse en las sillas de hierro, al amparo de un grupo de plantas, pero ella se levantó inmediatamente. Podían verla los que transitaban por el bulevar con sólo que volviesen los ojos hacia el jardín.
La protectora empuja é insulta, sin dejar de ocuparse de los viejos. ¿Y viven cerca los parientes? Plaza de la Bastilla contesta Baucis, que no sabe dónde está la plaza. Un murmullo de tristeza; un gesto de lástima. Todos miran el extremo del bulevar, que se pierde en la noche. ¡Tan lejos!... ¡No llegarán nunca! Circulan pocos automóviles; sólo de vez en cuando pasa alguno.
Aquí tambien rodaron las cabezas de dos mujeres, dos mujeres funestamente célebres, dos envenenadoras: la Boisin y la Brinvilliers. Seguimos la calle de Rívoli, subimos por la Magdalena y nos hallamos en el bulevar de este nombre, divisando á poco los bulevares de las Capuchinas, Italianos, Montmartre, Poisonnière y una parte del de San Martin.
Maese Alfredo L'Ambert se dirige, completamente solo, hacia su carruaje, que le aguarda en el bulevar; y a la luz de un farol lee, encogiéndose de hombros, esta tarjeta de visita, salpicada de sangre: AYVAZ-BEY Calle de Granelle Saint-Germain, 100.
En el bulevar de los Italianos, a donde llegó sin saber cómo, le cerraron el paso tres antiguos amigos, alegres camaradas de su vida de soltero que con el cigarro en la boca y las manos en los bolsillos revelaban bien a las claras hallarse en ese estado de expansiva animación que raya en la embriaguez.
En un teatro del Bulevar habían dado una opereta sobre el rapto de la gitana, con bailes de toreros, coros de frailes y demás escenas de exacto colorido local. El Chivo acabó por transigir con este yerno de la mano izquierda, admitiendo sus indemnizaciones, y siguió bailando en París con las niñas, en espera de otro ruso.
Estos y otros argumentos por el estilo acabaron por convencer al duque que volvió, no a la virtud, pues el camino era demasiado largo para sus viejas piernas, pero sí al vicio elegante. El señor de Sanglié le llevó a uno de los mejores sastres del bulevar, como se conduce un desertor al vestuario del cuartel, que le obligó a endosarse la librea de las gentes de mundo.
Si hubiera tenido que escoger un confidente entre todos los seres que entonces me eran más queridos, me habría sido imposible nombrar a ninguno. Sólo cuando faltaban algunos minutos para que se extinguiera el último resplandor del día volví a salir. Me deslicé por las calles que sabía eran menos frecuentadas hasta los lugares del bulevar en que la hierba brotaba en plena soledad.
Tenía miedo; pero procuró marchar hacia la puerta con cierta majestad, pensando que un hombre estaba á sus espaldas. No quería que la confundiesen con las otras. Al verse solo el español, entregó un billete al camarero por toda la botella y salió sin querer recibir el cambio. Luego, en el bulevar, miró inútilmente á un lado y á otro. Elena había desaparecido... No la vería más.
Alguien está sentado en un banco del bulevar y fuma; ¿pero es él, en efecto? Los árboles, la menuda lluvia que cae, los faroles encendidos, todo es incomprensible, desprovisto de sentido, misterioso. Se levantó bruscamente y se fue. «¡Tonterías! Son los nervios. Además, no se trata de convicciones, sino de actos. Sí, de actos; eso es lo esencial.» Y tampoco recordó actos suyos.
Palabra del Dia
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