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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Y al día siguiente, en las últimas horas de la tarde, empezó á pasear por el bulevar de los Molinos, sin perder de vista el templo único de Monte-Carlo, lugar de devoción para los jugadores y la gente rica, que mantiene cierta rivalidad con la catedral del silencioso y aviejado Mónaco.

Hemos visitado la calle y bulevar de Montmartre, el de Beaumarchais, San Martin, Temple, Poisonnière, Italianos, Capuchinas y Magdalena.

Luego se alejó por una calle, volvió por otra, con aire indiferente, y se ocultó detrás de una esquina, procurando no perder de vista la entrada de la iglesia. Aquí resultaba tolerable su espera: no había transeuntes. La circulación del vecino bulevar permanecía invisible, como si se desarrollase en el fondo de una zanja.

Este país continuó lleva la muerte en sus entrañas. ¿Cómo dudar de que surgirá en él una revolución apenas estalle la guerra?... no has presenciado las agitaciones del bulevar con motivo del proceso Cailloux. Reaccionarios y revolucionarios se han insultado hasta hace tres días. Yo he visto cómo se desafiaban con gritos y cánticos, cómo se golpeaban en medio de la calle.

Desnoyers y Argensola se encontraron en un café del bulevar cerca de media noche. Los dos estaban fatigados por las emociones del día, con la depresión nerviosa que sigue á los espectáculos ruidosos y violentos. Necesitaban descansar. La guerra era un hecho, y después de esta certidumbre, no sentían ansiedad por adquirir noticias nuevas. La permanencia en el café les resultó intolerable.

Fuera del jardín se notaba igualmente la misma ansiedad, que hacía á las gentes fraternales é igualitarias. Los vendedores de periódicos pasaban por el bulevar voceando las publicaciones de la tarde. Su carrera furiosa era cortada por las manos ávidas de los transeuntes, que se disputaban los papeles.

Nos encontramos ahora en París, bulevar Malesherbes, en casa de la madre de Mariana de La Treillade, o, mejor dicho, de Mariana misma, quien tiene sus amiguitas personales a quienes recibe con entera independencia para charlar, según vocablo de su predilecta devoción.

Poseíamos, además, en París, en el bulevar de los Capuchinos, una magnífica casa, donde encontrábamos un confortable apeadero. En fin, en el lujo habitual de nuestra casa nada dejaba traslucir la sombra de la escasez ó de la proximidad á ella. Nuestra mesa era siempre servida con una delicadeza particular y refinada, á la que mi padre daba mucha importancia.

Por donde ella pasase, la mirada del hombre se engancharía en el ritmo de su cuerpo: y aquel joven, aquel extraño, iba á acabar... No pudo seguir. ¡ también!... exclamó ella . ¡Adiós, Miguel! Siempre pensaré en ti, pero es mejor dejar de vernos. No me guardes rencor. Tal vez algún día... Y resueltamente le volvió la espalda, descendiendo las gradas hacia el bulevar.

Aún vaciló un momento, y miró a todas partes otra vez, y prestó oído atento a los lejanos rumores del bulevar, bocanadas de locura y de placer que escalaban las ventanas, y se decidió por último.

Palabra del Dia

ciencuenta

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