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Actualizado: 8 de mayo de 2025
En otras partes los horrores no pueden contarse. Robaron todo el dinero de la Administración, toda la plata de los conventos, los vasos sagrados, los cálices, las custodias, las alhajas de las imágenes; penetraron también en los conventos de frailes, muchos de los cuales murieron asesinados; convirtieron en lupanar la iglesia de Fuensanta, y por tres días Córdoba no fué una ciudad, fué un infierno, porque todos los demonios, todas las maldades, sacrilegios y abominaciones cayeron sobre ella.
Verás que el histrión mímico en ellas Gasta más artificios que Juanelo, En el subir del agua con gamellas. Hasta que aparador hace del cielo El scénico tablado, que ha servido De obsceno lupanar á vil martelo. Luego serás del vulgo conocido En el cartel que diga: DE FULANO, HOY LUNES A LAS DOS, bravo sonido.
El coche había cruzado, mientras tanto, el bulevar Beaumarchais y el de Filles du Calvaire, y llegado al del Temple, sin que el viajero hubiera dirigido una sola mirada a las magnificencias que va presentando París a los ojos del que llega, a medida que se avanza hacia el bulevar des Italiens y el de Capucins, centro vertiginoso de la gran Babilonia y lupanar dorado y perfumado donde acuden a revolcarse, a costa de su oro, el vicio y la locura de los cuatro ángulos de la tierra.
Un cuarto de hora después Juan de Andueza, que había dejado su caballo a la puerta del lupanar, salió para sacar cigarros de la bolsa del pellón, y de una manera inconsciente dirigió la mirada hacia el mar.
Comí en un gabinete del Hotel Central, solitario y egoísta, con la mesa atestada de botellas de Burdeos, Borgoña, Champagne, Rhin, licores de todas las comunidades religiosas... ¡como si quisiera saciar de una vez la sed de treinta años! Después, tambaleándome, entré en un lupanar. ¡Qué noche!
El Emperador interviene entonces también en este asunto; Crisanto es encerrado en la cárcel, y Daría en un lupanar; preséntase un león para socorrerla y defenderla de sus corruptores, y, por último, el pretor ordena que los dos amantes sean llevados á un pozo, situado fuera de la ciudad, y que lo colmen con tierras y piedras.
La idea de ver á su amante padeciendo los rigores de la miseria ó quizá hundida en un lupanar le conmovió. «¡Pobre chica! se dijo enternecido. Es una niña caprichosa. Ni sabe lo que hace ni lo que quiere, ni calcula lo que le puede suceder.» Y dilatándose su espíritu con estas imaginaciones tiernas y sosegada la cólera, al cabo de un rato se quedó traspuesto. Cuando despertó eran las nueve.
Palabra del Dia
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