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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Pasé unos pocos días en París preparándome para la larga travesía y despidiéndome de las comodidades de aquella vida que, una vez que se ha probado, con todas sus delicadezas intelectuales y con todo su confort material, aparece como la única existencia lógica para el hombre sobre la tierra. ¡Qué error, qué triste error el de aquellos que no ven a París sino bajo el prisma de sus placeres brutales y enervantes!
El médico sentía angustia examinando á los dos contendientes, con la cara pálida, sudorosos, las piernas inmóviles y como petrificadas, el busto en incesante vaivén, los brazos hinchados por el esfuerzo; y recordaba á otros que habían caído en aquellas apuestas brutales, muertos como por un rayo, heridos en el corazón por el exceso de actividad.
Otras veces, los que eran más brutales en su batalla con el hambre, si conseguían matar a pedradas en el campo un cuervo o algún otro pajarraco de rapiña, conducíanlo en triunfo al cortijo y lo guisaban, celebrando con una risa de desesperados este banquete extraordinario. Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga aplastante, del hambre engañada.
La ferocidad igualitaria no ha manifestado sus violencias en el desenvolvimiento democrático de nuestro siglo, ni se ha opuesto en formas brutales a la serenidad y la independencia de la cultura intelectual.
¿Celoso?... ¡Para estar celoso habría debido amarla! ¿Y si la hubiera amado fielmente, a ella sola, me habría ella amado a mí? Ferpierre se quedó estupefacto ante la manifestación de semejante idea. O conservaba un mal recuerdo de las verdades brutales e ingratas de que Vérod había sido apóstol desde joven, o el pesimista, el escéptico se había convertido.
Siempre grave y con gesto sombrío, corría el distrito como un sátiro loco, sin más guía que el deseo; sus encuentros brutales, sus abusos de autoridad, llegaban como un eco doloroso a la casa señorial, donde su amigo don Andrés intentaba en vano consolar a la esposa. ¡Pero ese hombre! rugía iracunda doña Bernarda. Ese hombre nos va a perder; no mira que compromete el porvenir de su hijo.
Todos, así por la mañana como por la tarde, se juntaban aquí á oir la explicación de la doctrina cristiana, y por el ardiente deseo que tenían de ser cuanto antes contados y escritos en el número de los hijos de Dios, no le dejaban tiempo para tomar el sueño preciso, ni para comer ó rezar el Oficio Divino, preguntándole aquello que, ó no habían entendido bien, ó de que se habían olvidado, con lo cual en breve se hicieron dignos de la gracia; pero con muy acertado consejo determinó diferírsela por algún tiempo á los adultos para que el deseo de ser cristianos los estimulase á desarraigar cuanto antes su innata barbarie y olvidar sus brutales costumbres, que aprendiéndose desde la cuna y creciendo en ellas con los años y convirtiéndolas casi en naturaleza con el uso, se olvidan difícilmente y no se dejan sin gran trabajo.
Curiosos después los indios de saber á dónde había ido á parar el cuerpo, le buscaron dentro del agua; pero por más que registraron toda la laguna, nunca jamás le pudieron encontrar, dando con esto motivo para conjeturar prudentemente que fué sepultado en los abismos para hacer compañía en las penas al alma, ya que la había incitado y hecho participante de las brutales torpezas de la carne.
Su imaginación se revolvía atormentada por el dolor, presentándole mil cuadros aterradores. Su hijo secuestrado, su hijo maltratado, su hijo pasando hambre y frío en cualquiera cueva, su hijo llamándole con acerbo llanto, mientras unas manos brutales le tapaban la boca... ¡Hijo de mi alma! Se apretaba las sienes con las manos temiendo que fuesen a estallar.
Siguieron los ejercicios corporales; el ruido del agua, la luz de los relámpagos, los truenos lejanos, la obscuridad ambiente, los vapores de la comida, la estrechez del corredor, todo los animaba, los arrojaba a la alegría aldeana, a los juegos brutales de la lascivia subrepticia, moderados en ellos por instintos de la educación.
Palabra del Dia
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