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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Dignas de la epopeya son tales luchas, pero no se puede negar que son brutales y harto impropias de la civilizada y filantrópica edad en que vivimos. Bien están en la Iliada los juegos que celebra Aquiles en honor de Patroclo y la lucha del hijo de Panopes con el gentil Eurialo, a quien sus amigos retiran de la arena vencido, arrastrando el mísero los pies, y de la boca sangre arrojando turbia.
Halló a Doña Paca de mal temple, porque se había parecido en la casa, muy de mañana, un dependiente de la tienda, y habíala insultado con expresiones brutales y soeces.
LEONIE. Afortunadamente, di con la señora Boel, que se portó muy bien conmigo. A esta casa vienen solamente personas distinguidas, que no tienen maneras brutales y que pagan convenientemente. ¡Qué diantre...! ¡Son como parroquianos...! La casa está habitada por familias burguesas. Ninguno de los inquilinos sospecha que haya aquí una casa de citas.
Y los entusiastas del ídolo, los más vehementes y brutales, que admiraban su audacia a impulsos del propio carácter, indignábanse, con la cólera del creyente que ve puestos en duda los milagros de su santo. Cortábase la atención del público con incidentes obscuros que agitaban las gradas.
Apretó la sábana con las manos convulsas, y lanzó una serie de interjecciones brutales, entregándose a una de esas cóleras breves y terribles de los hombres sanguíneos. Antes que se hubiese apagado por completo, oyó tocar en la puerta suavemente. Figurándose que era su mujer, gritó con furia: ¿Quién va?
En materia de religión son brutales totalmente y se diferencian de los otros bárbaros, pues no hay nación por inculta y bárbara que sea, que no reconozca y adore alguna deidad; pero éstos no dan culto á cosa ninguna visible ni invisible, ni aun al demonio, aunque le temen.
Estas escenas de terror acababan siempre con la caída del albañil en el camastro, fatigado de golpear a la hembra. Al poco rato sonaban sus ronquidos brutales, mientras la madre, abrazando al pequeño, lloraba sobre su cabeza silenciosamente.
Por esto empezó á llorar amargamente por aquel ciego miserable, y tantas súplicas hizo á la beatísima Trinidad, y á la Reina del cielo y á las santas almas del purgatorio, que se le cumplió su deseo con modo bien singular, porque mientras él festejaba sus brutales deshonestidades, estando el cielo serenísimo, sin la menor señal de tempestad, estalló un terrible trueno en medio del aire, y tras él se despidió un rayo que vino á dar á sus piés; y el indio, ó por furia del rayo ó por el miedo que tenía, cayó en tierra como muerto.
Iba, en fin, a brindar el reposo, la comodidad que alababa Confucio, a la familia Ti-Chin-Fú, y esa familia evapórase como el humo, y otras familias surgen aquí y allá vagamente, al Sur y al Oeste, como claridades engañosas. ¿Y tenía que ir a Cantón, a Ka-ó-lí, a exponer otra oreja a las piedras brutales, huir aún por caminos descampados, agarrado a las crines de un potro? ¡Jamás!
Todavía la amaba, o si a usted le place, estaba celoso, tenía celos brutales, aquellos celos que significan la ofensa al sentimiento de propiedad y nada más. Pero ¿de qué podía acusarla? ¡No de haberse entregado a usted! Noticias tenía para estar seguro de que el más leve esfuerzo suyo para demostrarse bueno, una palabra de amor, una frase amable, habrían impedido que la Condesa fuera de usted.
Palabra del Dia
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