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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Los cerdos, las ovejas, las gallinas, corrían igualmente, confundidos con gatos y perros. Toda la animalidad doméstica retornaba á la existencia salvaje, huyendo del hombre civilizado. Sonaban tiros y carcajadas brutales. Los soldados, en las afueras del pueblo, insistían regocijados en esta cacería de fugitivos. Sus fusiles apuntaban á las bestias y herían á las personas.
El obrero, el habitante de los arrabales y el ganapan de las calles y del puerto, al contrario, son ásperos en todo, de mala índole, de instintos pendencieros y brutales.
Mesía no se daba prisa. «Aquella casada no era como otras; había que conquistarla como a una virgen; en rigor él era su primer amor y los ataques brutales la hubieran asustado, le hubieran robado mil ilusiones.
La presencia de su amante, sus cortas pero sabrosísimas caricias bastaban para enajenarla y hacerle olvidar aquellas y otras penas. Además, estaba orgullosa y solía jactarse con las comadres que iban por el día á hacerle tertulia del respeto que Velázquez la profesaba. Era muy conocida en el círculo de sus amigos la violencia de éste y las formas brutales que solía emplear con las mujeres.
El andaluz, sentado en el fondo, sonrió mirando al capitán. «¡Vaya un tío!...» Celebraba interiormente que uno de la tierra hubiese puesto en fuga á los bebedores gritones y brutales que tanto le molestaban otras tardes. Consultó Ulises su reloj: las siete y media. Ya había espantado á toda aquella gente que inspiraba terror á Freya. ¿Qué le quedaba que hacer allí?... Pagó y salió.
La energía de Paula se ejercitaba en calmar aquel oleaje de pasiones brutales, y con más ahínco en obligar al que rompía algo a pagarlo y a buen precio. También ponía en la cuenta, a su modo, el perjuicio del escándalo.
Pero la idea de abandonar al hijo de sus entrañas en manos de mujeres sórdidas y empleados brutales la había horrorizado siempre. Luchó bravamente cuanto pudo, privándose ella bastantes veces del necesario sustento para alimentar al niño, que ya contaba cerca de tres años. Había llegado, sin embargo, el fin del combate y resultaba vencida.
Del interior del edificio subió hasta él un estrépito de carcajadas brutales, ruido de muebles que se rompían, correteos de regocijada persecución. ¿Cuándo podría salir de este infierno?... Transcurrió mucho tiempo; no llegó á dormirse, pero fué perdiendo poco á poco la noción de lo que le rodeaba. De pronto se incorporó.
Más que mirarla, se puede decir que la examinó despacio durante algunos minutos. Reparó que la moza no llevaba pendientes y que tenía una oreja rota; entonces recordó habérsela partido él mismo, al aplastar con la culata de su escopeta el zarcillo de filigrana, en un arrebato de brutales celos. La herida se había curado, pero la oreja tenía ahora dos lóbulos en vez de uno.
Me hicieron de Gloria unos elogios que, aunque un poco vivos y si se quiere brutales, tuve que aceptar y aun agradecer, pues se comprendía que eran dichos de buena fe y con ánimo de agradar. Brindamos y bebimos por ella más de una docena de veces, y se invitaron con la mayor alegría para beber unas cañitas a la salud de los novios el día de la boda.
Palabra del Dia
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