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Desde entonces estoy fabricado con algo muy duro: soy de acero, soy de bronce. «Sólo puedes contar conmigo, pobrecito le dije al pequeño . No tienes a nadie más en el mundo, pero yo trabajaré por ti». Fui tímido y flojo para defender a la madre; pero el chiquitín me dio una fiereza de tigre... Esta segunda parte de mi vida la conoce usted mejor que la otra.

Sobre su mesa de noche había un crucifijo de bronce y unas disciplinas ensangrentadas. Al comparar ambos sacerdotes, no sólo sentía crecer su admiración hacia este virtuosísimo varón, pero también, a despecho suyo, nacía en su espíritu cierto desprecio hacia su párroco.

No respiraba Doña Paca sin permiso de la tirana, quien para los más insignificantes actos de la vida, tenía no pocas órdenes que dictar a la infeliz señora. Esta llegó a tenerle un miedo infantil; se sentía miga blanda dentro de la mano de bronce de la ribeteadora, y en verdad que no era sólo miedo, pues con él se mezclaba algo de respeto y admiración.

¡No somos mas que ocho! dijo uno de los heridos, muy tranquilo, al parecer, pero a quien chispeaban los ojos bajo una máscara de bronce. ¿Cómo ocho? Vea usted, mi sargento, que estos dos están a punto de hincar el pico... y sería perder esos víveres... El viejo sargento los miró. ¡Es verdad! dijo el guía ; hagamos ocho partes.

El Gobernador de Marianas tiene, es decir, es de presumir tenga reloj, pues si no lo tuviera no hay caso, en la época que estuvimos allí lo había porque lo tenía: dicho reloj daba sus campanadas regulares, llegando difícilmente al oído de un centinela que perennemente está bajo el bronce de la esquila, para que otro minutero viviente, que incesantemente escucha desde la Atalaya, diga al pueblo de Agaña en el bronce de una campana, mayor que la que le da el aviso.

Al pensar que la sarracena iba a pasar junto a él dentro de breves instantes, Ramiro hundió la mano en la faltriquera y asió fuertemente su crucifijo de bronce. Encabezaban el desfile los soldados de la fe, orgullosos de las plumas flamantes de sus chapeos y de las doradas cadenas de alquimia que les prestaba el Santísimo Tribunal.

En indescriptible pánico el cataclismo volcánico con raudo impulso titánico avanza, la campanada alarido es de terror; sigue el bronce, sigue el bronce con su clamoroso estruendo diciendo cuál crece el peligro horrendo, cuál se inflama la llama, y la Luna como forma de sangriento tabernáculo, alumbra el rojo espectáculo en su fantástico horror.

Cuando empieza a recobrar el conocimiento y llega el momento crítico de las lágrimas, su hermana Micaela no puede contenerse; increpa violentamente a su papá. ¡Esto ha sido una verdadera barbarie! ¿Se ha figurado usted que su hija tiene el corazón de bronce?... ¡Bien poca delicadeza se necesita para herir de este modo a una pobre criatura!...

Esa fuerza de voluntad que da valor en el combate y fortaleza en el sufrimiento; que triunfa de todas las resistencias, que no retrocede por ningun obstáculo, que no se desalienta con el mal éxito, ni se quebranta con los choques mas rudos; esa voluntad, que segun la oportunidad del momento, es fuego abrasador, ó frialdad aterradora; que segun conviene, pinta en el rostro formidable tempestad, ó una serenidad todavía mas formidable; esa gran fuerza de voluntad, que es hoy lo que era ayer, que será mañana lo que es hoy; esa gran fuerza de voluntad sin la que no es posible llevar á cabo arduas empresas que exijan dilatado tiempo; que es uno de los caractéres distintivos de los hombres que mas se han señalado en los fastos de la humanidad, de los hombres que viven en los monumentos que han levantado, en las instituciones que han establecido, en las revoluciones que han hecho, ó en los diques con que las han contenido; esa gran fuerza de voluntad que poseian los grandes conquistadores, los jefes de sectas, los descubridores de nuevos mundos, los inventores que consumieron su vida en busca de su invento, los políticos que con mano de hierro amoldaron la sociedad á una nueva forma, imprimiéndola un sello que despues de largos siglos no se ha borrado aun; esa fuerza de voluntad que hace de un humilde fraile un gran papa en Sixto V, un gran regente en Cisneros; esa fuerza de voluntad que cual muro de bronce detiene el protestantismo en la cumbre del Pirineo, que arroja sobre la Inglaterra una armada gigantesca, y escucha impasible la nueva de su pérdida, que somete el Portugal, vence en San Quintin, levanta el Escorial, y que en el sombrío ángulo del monasterio, contempla con ojos serenos la muerte cercana; miéntras

En aquellas cortas líneas en que víctima invocaba los hidalgas sentimientos de verdugo, se hablaba de un compromiso de honor, proponíanse las condiciones más espantosas, pasaba por todo con tal de ablandar el corazon de bronce del usurero, y obtener de él la afirmativa.