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Actualizado: 12 de julio de 2025


De todos aquellos brindis el más original e interesante fue el del padre de la novia, D. Cristóbal Mateo. ¿No había de ser original oír a este sañudo enemigo de la fuerza armada cantar sus glorias y declararse partidario frenético del aumento del contingente y del sueldo a los oficiales?

Por vosotras brindo, pues, embargada el alma de admiración y respeto, como representantes en la tierra de lo que hay en ella más sublime, el amor, la belleza, la alegría. El brindis, aunque galante, pareció estrambótico. Algunos de los más avisados murmuraron. Creció la hostilidad que contra el joven médico existía. Hubo quien dijo por lo bajo que aquel quídam había querido "quedarse con ellos".

Tomó la muleta de manos de Garabato, que se la ofrecía plegada desde dentro de la barrera, tiró del estoque que igualmente le presentaba su criado, y con menudos pasos fue a plantarse frente a la presidencia, llevando la montera en una mano. Todos tendían el pescuezo, devorando con los ojos al ídolo, pero nadie oyó el brindis.

-En verdad, señora -respondió Sancho-, que en mi vida he bebido de malicia; con sed bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita: bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo y cuando me lo dan, por no parecer o melindroso o malcriado; que a un brindis de un amigo, ¿qué corazón ha de haber tan de mármol que no haga la razón?

Volviose uno de los delegados, y al punto le trajeron una copa rebosando Champaña, que elevó a los cielos al pronunciar el brindis. Las luces de los atriles alumbraron su barba de nieve, sus mejillas sonrosadas como las de los viejos de la pintura arcádica. Baltasar sacudió el brazo de su confidente. ¿La ve usted? La veo. ¡Olé y qué guapa se pone todos los días, hombre!

Se había convenido que Sandoval, como el que más cualidades de orador tenía, resumiría los brindis. Tadeo, perezoso como siempre, nada había preparado y se veía en un apuro. Mientras aspiraba un largo sotanjun, pensaba en cómo salir del paso, hasta que recordó un discurso aprendido en la clase y se dispuso á plagiarlo y adulterarlo.

Era una oreja del toro, que enviaba el matador como testimonio de su brindis. Al terminar la fiesta se había esparcido ya por la ciudad la noticia del gran éxito de Gallardo. Cuando el espada llegó a su casa le esperaban los vecinos frente a la puerta, aplaudiéndole como si realmente hubiesen presenciado la corrida.

El maestro tenía por vecinos de mesa á los grandes personajes venidos de la capital. Pero lo había hecho sentar al alcance de su voz y de sus ojos, y hasta levantó su copa una vez mirando a Pierrefonds. ¡A la salud de mi heroico compañero!... ¡Simpático maestro! ¿Cómo no quererle?... Su alma desconocía la injusticia. Al llegar la hora de los brindis, hablaron como una docena de señores.

Un rugido de trompetería guerrera saludó desde el antecomedor el final del brindis, y los criados reanudaron apresuradamente el servicio. Aquí ya no dan más dijo Maltrana después de los postres . Subamos al jardín de invierno a tomar el café. Ocuparon los dos amigos una mesita inmediata a una de las puertas.

Apeles, por quien no pasan días y que ha estado en Roma una buena temporada, se la trae de allí y la instala en su casa, á pesar de su virtuosísima y severa madre, que vive todavía. La casa de Apeles es un perpetuo holgorio; mucho festín, mucha francachela y mucho brindis.

Palabra del Dia

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