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Actualizado: 22 de junio de 2025
Cerrando, pues, la puerta de la alcoba, la que había a la mitad del pasillo, y la que ponía en comunicación al boudoir con los dos salones de la entrada, quedaba el resto de las habitaciones de Currita aislado por completo y en comunicación directa con la calle: a ella daba salida una puertecita, abierta en la tapia del jardín a espaldas del palacio, detrás de un pequeño invernadero.
Jacobo no había venido todavía, y disgustada Currita por creer que toda palabra del buey Apis pronunciada a espaldas de aquel amigo querido era un fraude que a este se hacía, salió impaciente en su busca. Solía Jacobo algunas veces entrar en el boudoir o en las habitaciones de Fernandito como persona de la más familiar confianza, y no parecer en el salón hasta el momento mismo de la comida.
Atravesó un magnífico vestíbulo iluminado por dos grandes lámparas con bombas esmeriladas sostenidas por sendas estatuas de bronce, siguió por el corredor y tomó la escalera que conducía al principal sin tropezarse con nadie. Cerca ya del salón que daba ingreso a su boudoir, halló a Fernando, un criadito de catorce años vestido con librea muy cuca y adecuada a sus años. ¿Estefanía?
Porque el tío Frasquito tenía también su boudoir, un verdadero boudoir de dama elegante, atestado de todas esas chucherías que llaman los franceses bibelots y han venido a sustituir en los palacios modernos a las antiguas obras de arte.
El instinto, más bien que la reflexión, hízole comprender entonces el riesgo que corría ella misma y huyó de nuevo por la calle del Caballero de Gracia, sin detenerse un momento, sin resollar siquiera, sin ver nada ni oír nada, ni pensar nada tampoco, hasta que, jadeante y sin saber cómo, se encontró en su boudoir, rígidos los miembros, huraña la vista, fuera de las órbitas los ojos, teniendo delante el negro de ébano, que levantaba en lo alto la lámpara encendida como para alumbrar en su entendimiento el horrible cuadro y que le mostraba con temerosa inmovilidad los blancos dientes en su sonrisa siniestra, eterna como la mueca del condenado.
Dos descuidos imperdonables tuvo, sin embargo: quedósele traspapelado en la carta de escribir el plieguecillo en que había hecho sus pruebas caligráficas y olvidóse por completo de que en un cajoncito oculto de la arquilla antigua del boudoir existía, hacía más de tres años, un paquete de cartas.
Comunicaba esta pieza por un lado con el tocador de la señora y éste con su dormitorio; por el otro con un saloncito donde solía recibir a sus amigos los martes por la tarde o jugar al tresillo de noche con los íntimos. En el boudoir sólo entraban algunas pocas amigas de confianza que iban a visitarla en horas no señaladas.
La señora de Pinto, por último, había echado el resto en su boudoir y marcádole más hondamente con el sello de su originalidad brasileña.
El viejo se encogió de hombros. No sé contestó . El jefe de orden público leyó tres o cuatro y se las guardó con una risita que me dio mala espina. ¿Pero dónde estaban? En aquella arquita antigua que está en el gabinete de la señora condesa... Es un cajoncito con secreto. ¿En el secrétaire del boudoir? dijo Currita aún más sorprendida . ¡Pero si allí no había nada!... A ver, venga usted conmigo.
La hija, Dolly, como él la llama, esa muchacha vulgar, se ha establecido en el boudoir de Mabel, y está por hacerle renovar la decoración, pues quiere que sea de color amarillo, para que venga bien a su tez, según creo. Dado lo que dice el señor Leighton, parece que la fortuna del pobre señor Blair debe pasar enteramente a ser manejada por este individuo.
Palabra del Dia
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