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Actualizado: 22 de junio de 2025


No es ese placer moderado, decente, de alas doradas y azules, que se parece a una joven tímida y dulce; ese placer delicado que gusta de sacudir su cabeza fresca y rubia ante los mil espejos de un boudoir, o de desflorar con sus labios rosados una copa llena de un licor helado; ese sibarita, en fin, que no quiere a su alrededor más que flores, perfumes y pedrería, mujeres jóvenes y amables, música melodiosa y vinos exquisitos. ¡No, pardiez! se trata de ese otro placer robusto y bestial, de ojo de sátiro, de risa de demonio, que llena las tabernas y los bodegones, que bebe y se emborracha, muerde y desgarra, golpea y mata y después rueda y se retuerce entre los restos de una comida grosera, lanzando una carcajada que parece el aullido de un chacal.

Osorio la esperaba, en efecto, en el saloncito de arriba contiguo a su boudoir. Estaba sentado negligentemente en una butaca; pero al ver a su esposa se levantó, dejando caer previamente en la escupidera la punta del cigarro que fumaba. Clementina observó que estaba algo más pálido que de costumbre.

Currita miraba atentamente desde su asiento al apuesto viajero, retrato de lord Byron, su héroe favorito, tipo adorable de hombre, según ella, cuyo magnífico busto desnudo, esculpido en mármol blanco, tenía en su boudoir siempre a la vista.

Clara, llorando también, acudió a consolarle y después que partió se sintió indispuesta. Elena había logrado tener sus martes. Desde las cuatro recibía en su lindo boudoir a los amigos y amigas de más intimidad. Se charlaba, se reía, se tomaba te, se comían bastantes emparedados y se decían no pocas tonterías.

Palabra del Dia

cabalgaría

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