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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Sánchez Morueta, después de una hora de incesantes paseos, se dejó caer en uno de los sillones ingleses, anchos y profundos, tocando antes un botón eléctrico. Entró un ordenanza con aire azorado. Tráeme un café.... pero bien fuerte.
Y allí estaba Visanteta, la pobre enferma, sentada en la puerta de la ermita mirando fijamente su delantal, como hipnotizada por el brillo del puñado de plata; duros, pesetas dobles y sencillas, monedas de cincuenta céntimos; todo el contenido del bolso; hasta un botón de oro que debía ser de algún guante. Rafael participaba del asombro. ¿Pero quién era aquella mujer?
Ellos al menos dan algo: reparten limosnas, tienen asilos, se ocupan del pobre y predican a los ricos para que socorran con dinero. Y los otros, que hablan en las reuniones sobre esos papas del socialismo y la anarquía, no dan ni un botón. ¡Qué han de dar, si son unos pelagatos!...
Pero la curiosidad me dominaba a tal extremo, que a la mitad del camino volví sobre mis pasos. Me acerqué sin ruido hasta la puerta, pero apenas hallé el valor necesario para dar vuelta al botón: la idea de lo que iba a presenciar me oprimía el pecho hasta ahogarme. ¿Y qué fue lo que vi?
Por supuesto, este dominio duraba solamente los momentos de sensualidad, las horas que consagraba al placer. Así que salía del templo de Venus, recobraba su razón el imperio, volvía a sus empresas con creciente ambición. Amparo fumaba tranquilamente en silencio, enviando pequeñas nubes de humo al techo. De pronto hizo un movimiento brusco, e incorporándose dijo: Voy a vestirme. Toca ese botón.
Cuando una se encuentra un botón, quiere decirse que a una le va a pasar algo. Si el botón es como este, blanco y con cuatro ujeritos, buena señal; pero si es negro y con tres, mala. Eso es un disparate. Chica, es el Evangelio. Lo he probado la mar de veces. Ahora vas a estar en grande. ¿Sabes una cosa?
Vestido con aquel traje de campo que tan bien le sentaba, montaría a caballo, pero sin faltarle un botón en la chaquetilla, sin el menor descosido en los calzones, con una camisa siempre blanca como la nieve, bien cepillado, lo mismo que un señorito de Jerez.
Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón... Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad.
Es curiosa la influencia que tiene entre ellos un título nobiliario; en el centenario de Yorkstown los miembros de la comisión francesa, casi todos titulados, eran objeto de un estudio detenido para todo el mundo. Una cinta, una decoración, un botón multicolor con que hacer florecer el ojal de la levita, es su sueño constante.
No lo era Susana, sin embargo, aunque buena y débil; en la casa era ella el ama de llaves, la que lidiaba con sirvientes, la que organizaba y dirigía todo. Venía Jacinto: Nanita, vas a pegarme este botón, ¿verdad? y luego me das una puntada en este ojal y otra en el forro del chaqué. Eso es; así me gusta.
Palabra del Dia
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