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Actualizado: 4 de junio de 2025


Dime, calzonazos, ¿en dónde están mis alhajas qué daban envidia a las de la Pilarica en Zaragoza? ¿en dónde están mis cuatro mantones de Manila que parecía que los habían bordado ángeles con manos de rosa?... ¡Ah! ¿dónde ha de estar todo aquel tesoro?

Y dió un portazo, dejando a Esteven solo, en la alcoba conyugal, pues lo era esta estancia lujosamente decorada... Esteven, con un gorro de terciopelo bordado de gusanillo mate y borla de oro, la barba sin teñir, con unas ojeras como dos pinceladas de betún, amarillo como un cadáver, los ojos fijos en los dos nombres: Rocchio, Portas, que saltaban sobre la mesa de noche, esperaba... Míster Robert entró...

5 No hubo ojo que se compadeciese de ti, para hacerte algo de esto, teniendo de ti misericordia; sino que fuiste echada sobre la faz del campo, con menosprecio de tu vida, en el día que naciste. 9 y te lavé con aguas, y lavé tus sangres de encima de ti, y te ungí con aceite; 10 y te vestí de bordado, y te calcé de tejón, y te ceñí de lino, y te vestí de seda.

Eso hace que siguiendo caminos muy opuestos, nos encontremos un día en el mismo punto, acobardados y «sin familia» añadí, usando la frase «sin familia» en vez de otra mucho más clara que se me vino a los labios. Magdalena tenía los ojos fijos en el bordado, pero clavaba la aguja al azar, sin poner atención.

Con la tal circular sancionó el Ejecutivo la opinión de Castro Pérez. Desde entonces en mi querida ciudad natal todo el mundo dice y escribe «vilaverdino», menos don Román que no se da por vencido. Firmó el jurisconsulto su alegato, se quitó el bordado fez, tomó el sombrero y el bastón, y se fué a la calle. Apenas salió el jurisconsulto me puse a examinar el despacho.

Puso el dedo en el timbre, acudió un criado y no tardaron en servirle café con leche y picatostes en un primoroso juego de plata. Se sentó delante de una mesilla volante mientras su marido se dejó caer en un diván de raso azul bordado en blanco. Y hablaron largamente de la casa de Madrid aún no terminada. Reynoso daba pormenores del decorado, consultaba el asunto del mobiliario.

Busqué y toqué la cesta en que su mano había colgado pocos instantes antes su bordado, comenzado. ¡Ay, pobre corazón! Caí de rodillas ante el lugar que ocupaba, y allí, con la frente sobre el mármol, lloraba y sollozaba como un niño. ¡Dios mío, cómo la amo! Aproveché las últimas horas de la noche para hacerme conducir secretamente á la pequeña ciudad vecina, donde tomé el carruaje de Rennes.

Los brazaletes eran del mismo género: perlas y rubíes, y del mismo género también los herretes y el ceñidor de su magnífico traje de raso blanco bordado de oro, traje de teatro, traje de reina, que dejaba desnudos los hombros, el seno y los brazos, con doble falda, ancho, flotante, maravilloso, que aún no había estrenado Dorotea, que aún no había visto nadie.

Aquí volvió Nieves a pinchar el bordado con la tijera, y además se puso a balancear con la otra mano el bastidor que tenía sobre las rodillas. Su padre entonces, lleno ya de alarmante curiosidad, arrimó una silla a la de su hija y se sentó pidiendo, casi por el amor de Dios, una respuesta.

Nieves, pasando y repasando maquinalmente la aguja con que bordaba, por el cendal finísimo que cubría su bordado, y la vista perdida en el aire, dio a entender con un gesto y una leve sacudida de sus hombros, que lo mismo le daba.

Palabra del Dia

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