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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Estaban sentados alrededor de una mesa, alumbrada por una lámpara de metal, el doctor Lorquin, a cuyo lado olfateaba su enorme perro Plutón; Jerónimo, en el ángulo de una ventana, a la derecha; Hullin, intensamente pálido, a la izquierda; Marcos Divès, con el codo apoyado en la mesa y la mano en la mejilla, se hallaba de espaldas a la puerta, destacándose sólo su obscura silueta y una de las puntas de su bigote.

Pero Piscis no pudo librarle de ciertas bofetadas que recibió la tarde de aquel domingo; no por falta de voluntad en el centauro, sino porque hay cosas que no pueden ser... vamos, que no pueden ser. ¡Cuán ajeno estaba el gallardo mozo al retorcerse las guías del bigote frente al espejo y aliñarse las mejillas con un jaboncillo que se hacía traer de Madrid, que una hora después habían de ser tan fiera y cruelmente machacadas!

Quedóse éste pensativo, atusándose el bigote: la responsabilidad era muy grande, y érale forzoso además detenerse en su propia casa para recoger el regalo que había de llevar á Gilito en cambio de su diente. Á esto respondió el rey Buby que él se tendría por muy honrado con descansar un momento en casa tan respetable.

Pero Carlos no lo veía lo mismo, y se tiraba del bigote, presa de una sorda irritación. Aquello era más que una falta de política por parte de una persona tan correcta; se veía una intención ofensiva. ¿Por qué? El conde no le había sido muy antipático a primera vista.

Cuando más embebida y aun puede decirse entusiasmada se hallaba reconquistado a su juvenil adorador, he aquí que aparece en el pasillo de las butacas Pepe Castro, correctamente vestido de frac, las puntas del bigote engomadas, finas como agujas, los bucles del cabello pegados coquetamente a las sienes, el aire suelto, varonil, displicente.

Este adjetivo ejercía sobre su organismo un efecto extraordinario, mágico, una sensación de deleite inefable que se le advertía en el brillo inusitado de los ojos y en el movimiento de trepidación del bigote. Así que sin darse cuenta de ello, el ingenioso Sánchez declaraba morbosas casi todas las cosas de este mundo.

Representa menos de cuarenta años, es de ojillos vivos, ordinario de facciones, juntos el bigote y la perilla tan negros como el pelo, y su traje de corte es negro, con golilla blanca, severo, casi señoril. La totalidad de la figura sin accesorio alguno, hasta sin piso, destaca por obscuro sobre fondo gris: esta como en el aire y sin embargo, no puso Velázquez hombre mejor plantado.

El religioso era un hombre como de treinta y cinco á cuarenta años, de semblante pálido, grandes ojos negros, nariz aguileña y afilada, y bigote y pera negrísimos. Su espeso cerquillo era castaño obscuro, y las demás partes de su cabello y de su barba estaban cuidadosamente afeitadas.

Y, para disimular su turbación, se lleva la mano al bigote. , se trabaja repite ella maquinalmente, mirándolo siempre. Después, de pronto tendiendo hacia él la mano y apartando los cinco dedos como si quisiera señalarlo con todos a la vez, dice en medio de una explosión de risa: Pero ¿no es usted Juan? El balbucea: ... soy yo... ¿Y usted? Yo soy su mujer. ¿Qué? ¿usted?... ¿la mujer de Martín?

Coca, imperturbable, señaló: El tercero a la izquierda de Ignacio... Ese que tiene la mano puesta en la cintura. El «que tenía la mano puesta en la cintura» era uno de tantos, sin señas particulares, de bigote y de uniforme como los demás... Está bastante parecido observó Laura, dando un pellizco en el brazo a su traviesa hermanita. Regular... contestó ésta. Es más buen mozo.

Palabra del Dia

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