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Actualizado: 23 de junio de 2025
Tomó el documento en sus manos, sonriéndose a su vez de la ocurrencia mía. El coronel Sarto y Federico de Tarlein me acompañarán continué. ¿Va Vuestra Majestad a ver al Duque? preguntó en voz baja. Sí; al Duque y a otra persona a quien necesito ver y que se halla en Zenda. Quisiera poder ir con Vuestra Majestad dijo retorciendo el blanco bigote. Quisiera hacer algo por el Rey y su corona.
Una cabecita pequeña, boca gruesa, bigote y perilla rubios, ojos saltones y miopes, tras unas enormes gafas... Feo, muy feo. El lo sabe y le importa un pito.
El steward contestó rehuyendo sus ojos. Era un obsequio al pasajero de al lado, un alemán que pasaba las noches jugando en el café hasta que apagaban las luces. Sin duda, los amigos le habían dedicado esta alborada por ser su cumpleaños. Y vagó bajo su recortado bigote una sonrisa de servidor discreto que piensa en la hora de la propina y miente por no molestar al señor.
Rufina, que iba y venía sin consuelo, vió á su padre salir del comedor con todo el bigote blanco, y se espantó creyendo que en un instante se había llenado de canas.
Al mismo tiempo que en su labio apuntaba el bigote, en su cerebro apuntó la tendencia a lo romántico, a lo desconocido, el anhelo de cosas extraordinarias, de aventuras gigantescas, y fue un rabioso lector de novelas.
Gasta patillas cortas y bigote, y representa unos sesenta años de edad. Está reputado por el primer comerciante de la villa y uno de los primeros importadores de bacalao de la costa cantábrica. Durante muchos años monopolizó enteramente la venta por mayor de este artículo, no sólo en la villa, sino en toda la provincia, y gracias a ello había granjeado una fortuna considerable.
Le besó en la boquita desdentada; no se atrevió a limpiarse las babas que le había dejado en el bigote.
Parecía con más bigote; los ojos le brillaban de tal modo, que era difícil mirarla de frente. Sobre la torre de su cabellera temblaba un gran sombrero de terciopelo que había sustituido momentáneamente á la gran peineta de su vida de salón. ¿Le parece á usted bien lo que ha hecho ese imbécil? gritó el protector antes de saludarla . ¿No merece que...?
Una ola de libros invadía el cuarto, y después de extenderse sobre los muebles, dejando en ellos altas pilas de papel impreso, esparcíase por el inmediato pasillo. La señora, llena de admiración por aquel sabio de diez y siete años, al que no apuntaba aún el bigote, no osaba tocar uno solo de los volúmenes.
Juanito llevaba en su bigote cortezas de cacahuet; y a pesar de esto, los dos se sentían en un ambiente ideal y caminaban como si no pusiesen los pies en el suelo.
Palabra del Dia
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