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Se sintió halagada por el contacto de la sociedad; percibió en su cerebro como un saludo de bienvenida, y voces simpáticas llamándola a otro mundo y esfera para ella desconocida. Y como la humana soberbia afecta desdeñar lo que no puede obtener, en su interior hizo un gesto de desprecio a todo el pasado de ilusiones despedazadas y muertas. Ella también despreciaba una corona.

Hace un momento ha llegado el señor Kisseler a darnos la bienvenida y nos ha hecho saber la grave enfermedad de un sabio, el señor Marignol, profesor del Colegio de Francia y del que Máximo es suplente. No quiero mal a ese señor, al que no conozco; pero es viejo, y si su salud lo obligase a jubilarse, se aseguraría el porvenir de Máximo y nos alegraríamos por él. Máximo a su hermano.

Exhalaba vida, el goce de enseñar, las curiosidades satisfechas. A pesar de estar rendida por el largo viaje en coche, conservaba todavía la costumbre del repetido cambio rápido de lugar que la hacía levantarse a cada momento, accionar, mudar de asiento, lanzar una ojeada de bienvenida tan pronto al jardín como a los muebles, reconociéndolo todo y acariciándolo.

Ya con la puerta abierta, Luciana afirmó la voz y me dijo: Hasta muy pronto... Si ve usted esta noche al señor Lautrec, dígale que le deseo buen viaje... Y no olvide usted decir a Máximo que mi madre y yo sentimos mucho no estar con ustedes para darle la bienvenida. Pero Ruán no nos ha consultado para la apertura de su exposición. No olvidaré nada...

No fue mejor la impresión que hizo a Lacante la vista de Elena, que estaba de pie delante de , cortada y confusa, esperando una palabra de bienvenida mientras la examinaban los penetrantes ojillos de aquel buen señor gordo y calvo, cuyos labios sinuosos se torcían en una risita nerviosa. Es Elena le dije presentándosela. Lacante le ofreció la mano.

Las florecillas que cubrían el techo de la cabaña, en imitación de los jardines de Semíramis, se acercaban unas a otras, mecidas por las auras, a guisa de doncellas tímidas que se confían al oído sus amores. La mar impulsaba blanda y pausadamente sus olas hacia los pies del duque, como para darle la bienvenida. Oíase el canto de la alondra, tan elevada que los ojos no alcanzaban a verla.

Vamos a tratar de convertirle en un perezoso; aquí no hay que pensar sino en descansar y en divertirse ¿no es verdad? Juan no contestó en seguida. Al fin consiguió dominarse y con voz casi exenta de vestigios de emoción dijo: Usted es demasiado buena en añadir estas palabras de bienvenida a la amable insistencia que han tenido en invitarme el señor y la señora Aubry.

Violencia tenía que hacerse Sol para no palmotear en el carruaje. Muy feamente arrugó el ceño Lucía una vez que se acercó Juan a la portezuela del lado de Ana, y habló con ella, haciéndola reír, unos minutos: y en cuanto oyó reír a Sol, dejó Lucía su asiento, y se fue ella también a la portezuela. ¡Ea! ¡Ea! ya tocan diana, que es el toque de bienvenida y adiós, los indios habilidosos.

Pero, a pesar de aquellas muestras aisladas de aprobación e interés, la mayoría de la población miguelista me recibió en silencio y con ceñudos semblantes, y en gran número de casas se veía el retrato de mi muy amado hermano, irónica manera de dar la bienvenida al Rey. Me alegré de que éste no estuviera allí para presenciar el nada grato espectáculo.

Junto á vos he tendido muchas veces mi arco en Romorantín, La Roche, Maupertuis, Auray, Nogent y otros lugares. Y yo me felicito de verte, y darte la bienvenida al castillo de Morel. Mi mayordomo os proporcionará en él buen lecho y buena mesa á y á tus compañeros. Espera, arquero; , me parece recordar tu rostro, aunque ya no puedo fiarme de mi vista como antes.