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Actualizado: 3 de julio de 2025
No bastó la tradicional benevolencia de los profesores para que Trabuco consiguiera hacerse licenciado en ambos derechos. Una vez le preguntaron en un examen: ¿Qué es un testamento, hijo mío? Testamento... ello mismo lo dice, es el que hacen los difuntos. Además de Trabuco le llamaban el Estudiante, por una antonomasia irónica que él no comprendía.
El Padre no había cambiado, en apariencia al menos. La misma serenidad, la misma dulzura de siempre. No se alteraba su voz al hablar de D. Jaime ni con D. Jaime. Al hablar con doña Luz, mostraba el Padre la antigua afectuosa benevolencia. Ni una palabra donde ni remotamente se sintiese una punta de ironía, de pique o de despecho.
Después, sin poder apartar de su mente el crimen de su hermano, increpaba a este con las frases más duras. Algo había en lo íntimo de su ser que representaba como una tímida aprobación del intento de Mariano, si no de la forma en que fuera realizado. Pero no, el crimen y la barbarie no hallarían jamás en su espíritu benevolencia ni simpatía.
¡En eso!... No sé lo que es, pero debe de ser algo malo cuando le hace a usted arrugar la frente y abrir unos ojazos pasmados como si viera delante un alma del otro mundo... Vamos, piense usted un poco en mí, ya que me he confiado a sus cuidados. Ya pienso. ¿No acabo de advertir a usted que no debía mojarse los pies? Pero usted no hace caso replicó sonriendo con benevolencia. ¡Eso es!
Los supersticiosos creen que las jóvenes, que bañan esa noche sus pies en un barreño de agua, y dejan flotar sus cabellos al capricho de los vientos, averiguan por ciertas señales quién ha de ser su esposo. Pedro se ingenia de manera que muchas labradoras, que hacen este experimento, conozcan por ciertas señales á los que miran por amantes y los escuchen con benevolencia.
Y sus dos compatriotas, a pesar de la distracción que les había producido el incidente de Maltrana, continuaron gritando con expresión burlona: «¡Tongo... tongo!». Sintióse molestado Isidro por las murmuraciones de estos «queridos amigos» que habían asistido al encuentro por benevolencia suya.
Para seguir viviendo desahogadamente después del cataclismo, la humanidad iba á necesitar su apoyo ó su benevolencia. «Se ha desviado el centro político de la tierra piensa Lubimoff . Ya no está en París; tampoco está en Londres. Permaneció en Berlín algún tiempo, con temblores de inestabilidad, y ahora ha saltado el Océano.»
¿Doña Guillermina repartió a los vecinos y a usted no?... ¡Ah!, descuide usted; ya le echaré yo un buen réspice. Alentado por esta prueba de benevolencia, Ido empezó a tomar confianza. Avanzó algunos pasos dentro del recibimiento, y bajando la voz dijo a la señorita: «Repartió doña Guillermina unos capuchoncitos de lana, medias y otras cosas; pero no nos tocó nada.
Y en voz alta contestaba: No está mal, no; no está mal el sol... Después de transigir de este modo con las flaquezas del prójimo, emprendía de nuevo su paseo. Y para dar señales más claras aún de su benevolencia, se detenía de nuevo, sonriente. Ahora por el verano da gusto viajar, ¿verdad?
¿Luego es usted de oposición? Le diré a usted: observo una actitud expectante. Amenazo de vez en cuando; transijo al ver que ceden, y vuelvo a la benevolencia.... Porque conozco que el país no está para escándalos ni para caídas ruidosas. ¡Ah..., pues si no fuera por este patriotismo que me esclaviza!...
Palabra del Dia
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