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Actualizado: 3 de julio de 2025


Algunos llevaban su amabilidad hasta el punto de acompañarme un buen trecho de camino para dejarme bien encaminado. Y aquí debo advertir que, así como en Madrid la expresión peculiar y nativa de los rostros es la hostilidad, en Sevilla es la benevolencia.

Maltrana, años después, al percatarse de las realidades de la vida, había reconstituido la vulgar aventura de su madre, juzgándola con benevolencia. La pobre mujer, en su soledad, se había sentido atraída por «el vecino» infeliz, solitario como ella. Las dos desgracias se habían juntado. Además, ella necesitaba un arrimo, según declaró a su hijo poco antes de morir.

En primer lugar, un hombre que movía a los demás a pelear, que encendía en su patria la hoguera de la lucha tremenda, que condenaba a sus hermanos a pasar por la crisis de un terrible martirio, estaba al propio tiempo animado de un amor sin límites a la humanidad y de una benevolencia para todos los humanos, por malignos que fuesen o por errados que estuvieran; entre otros, y tal vez principalmente, para los que consideraba sus enemigos.

En efecto, el Príncipe cede al imperio de las circunstancias, y presenta su mano á Rosaura; hasta llega al extremo de acoger con benevolencia al Condestable, hombre muy influyente en política por su saber, no negando su aprobación al casamiento que pretende con Doña Blanca.

Esta circunstancia arroja clara luz sobre aquellas pruebas de intolerancia, puesto que, comparándolas con ellas, demuestran generalmente la benevolencia de la Inquisición y los razonables principios artísticos, en que se fundaban, ya que al lado de esas explosiones de celo religioso campean otras de distinta índole, tanto más libremente, cuanto provienen de unos católicos y se dirigen á otros, prontos á escandalizarse por cualquier motivo poco importante.

, , D.ª Rafaela, por Dios, no me juzgue usted bueno... Soy muy malo... ya verá usted... La prendera no pudo menos de sonreír llena de benevolencia al ver el calor con que hablaba aquel inocente. Vamos, diga usted, criatura, diga usted. A ver qué maldades son ésas. ¡ que lo son!... ¡Ay, señora! La idea de que usted me tiene por mejor de lo que soy me martiriza.

El anciano vate le miró fijamente a los ojos durante unos momentos; luego alzando los hombros replicó suavemente: Me encuentro en una edad, señor Aldama, en que las rosas y los laureles que la benevolencia del público acumuló sobre mis sienes quieren escaparse de ellas temiendo la obscuridad de la tumba.

Rafael Alcántara tuvo conatos de decirle alguna frase provocativa; pero advirtió en sus ojos que no la soltaría sin proporcionarse un serio disgusto y prefirió quedarse con ella en el cuerpo. Las damas le miraron con más benevolencia. Le encontraban muy original.

Formando cadena, las damas y gentiles hombres los iban pasando hasta las propias manos de los Reyes, quienes los presentaban a los pobres con cierto aire de benevolencia y cortesía, única nota simpática en la farsa de aquel cuadro teatral. Pero los infelices no comían, que si de comer se tratara muy apurados se habían de ver.

Tía que le cuida, mujer guapa que le mima también y que se mira en las niñas de sus ojos... Como que es la verdad... Carambita, pues si yo tuviera una mujer así...». Al llegar a esta parte de la reprimenda que Segismundo le espetaba más en serio que un ladrillo, Rubín se había tranquilizado tanto, que casi estaba dispuesto a oírle con benevolencia y hasta con jovialidad.

Palabra del Dia

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