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Actualizado: 9 de mayo de 2025
No: no somos ni podemos ser amigos exclamé con la exaltación de la embriaguez . ¡Lord Gray, le odio a usted! Otro traguito dijo el inglés con socarronería . Hoy está usted bravo. Antes de beber, habló de matar a un hombre. Sí, sí... Y ese hombre es usted. ¿Por qué he de morir, amigo? Porque quiero, lord Gray; ahora mismo. Elija usted sitio y armas. ¿Armas? Un vaso de Pero Jiménez.
No tardó en presentarse una zagala, ni hermosa ni limpia, que le servía para aderezarle la comida, cuidar y ordeñar su única vaca, llevar el rocín á beber y darle pienso, etc., etc. Porque nuestro hidalgo no tenía otro servidor. La huerta y la pomarada él las cuidaba con sus propias helénicas manos.
Pero, ya que has hecho la pregunta, tendrás una respuesta. He venido porque ya no podía vivir sin ella, porque quería beber en sus ojos el consuelo y la fuerza necesarios para las tristezas venideras, y porque... porque, en el fondo, acariciaba siempre la secreta esperanza de que las cosas aquí pudieran tomar otro giro, que todo pudiera arreglarse para que yo me la llevara conmigo.
Si viviera más, ¿podría llegar a quererte? Pues bien, por más que se empeñen en unirnos la Naturaleza y el mundo, tienes unas cosas.... Dame agua.... Salvador le dio agua. El beber reanimó un tanto al enfermo, que pudo decir esto: ¡Qué habría sido de mí sin tu ayuda, sin tu generosidad en estos meses de locura y abandono!... Mucho te debo, mucho.
Al derredor de los huertos, los jardines y las haciendas y fábricas del valle, se suceden en anfiteatros cortados las colinas cuajadas de viñedos. Debo decir, en obsequio del popular adagio, que me costó trabajo beber buen vino y conseguir buenas pasas en Málaga.
15 Y al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más gordo de carne, que los otros muchachos que comían de la ración de la comida del rey. 16 Así, fue que Melsar tomaba la ración de la comida de ellos, y el vino de su beber, y les daba legumbres.
Todo fue alegría sin nubes, y buen apetito sin ninguna desazón. El pícaro del Delfín hacía beber a Aparisi y a Ruiz para que se alegraran, porque uno y otro tenían un vino muy divertido, y al fin consiguió con el Champagne lo que con el Jerez no había conseguido. Aparisi, siempre que se ponía peneque, mostraba un entusiasmo exaltado por las glorias nacionales.
Si don Modesto dejaba caer una aceituna en el mantel, Rosita se estremecía; si una gota de vino tinto, lloraba. Su abstinencia y su sobriedad llegaban a los límites de lo posible, y daban a entender que quería rivalizar con Manuela Torres, la famosa mujer del pueblo de Gansar, que había muerto recientemente después de haber vivido cuarenta años sin comer ni beber.
Los primores que tienen ellos que decirse no hallan adecuada expresión en esta jerga en que nosotros nos entendemos. ¿Cómo es posible que con el habla misma con que pedimos nosotros de comer, de beber y otros menesteres mecánicos, se pida lo que tales amantes pedirán y obtendrán?
Ronzal ya no parecía a la de Páez un hombre tosco, sino un hombre; las del barón se humanizaban, las niñas de la clase media olvidaban los huesos que enseñaba la nobleza, y pensaban en la alegría ambiente, se entregaban al baile con furor invencible, como ansiando beber en aquella atmósfera perfumada, demasiado perfumada tal vez, el licor desconocido que pudiera saciar sus vagos anhelos.
Palabra del Dia
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