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Actualizado: 23 de julio de 2025
De vez en cuando se dirigían al manantial con pie rápido, bajaban las escalerillas, pedían un vaso de agua y se lo bebían ansiosamente, cerrando los ojos con cierto deleite sensual que despertaba en su cuerpo la esperanza de la salud. ¿Se ha bebido mucho ya, madre? dijo mi patrón asomándose a la baranda del hoyo.
Las amigas de Luz y el novio de la mayor, desde la noche del baile se bebían los vientos olfateando noticias del aparecido en el salón, por supuesto que con la mejor de las intenciones; pero nada averiguaban de fundamento, aunque por la playa corrían ya las versiones más estupendas y contradictorias acerca de la procedencia y vicisitudes del novio de Luz; que por esto solo, es decir, por ser el novio de la bañista más hermosa y más visible de cuantas por allí se exhibían, tenía el triste privilegio de atraer sobre sí todos los rigores de la curiosidad desocupada.
El racimo humano se detenía á veces mientras sus conductores bebían, y despues proseguía su camino con la boca seca, el cerebro oscuro y el corazon lleno de maldiciones. La sed era lo de menos para aquellos desgraciados. ¡Adelante, hijos de p ! gritaba el soldado, vigorizado de nuevo, lanzando el insulto comun en la clase baja de los filipinos.
Afuera, la viuda y los hijos, con la resignación de una desgracia luengamente esperada, medían copas y atendían a los parroquianos sentados en las inmediaciones del ventorrillo. Los gañanes de Matanzuela bebían, formando un gran corro. Don Fernando, de pie en la puerta de la choza, contemplaba la vasta llanura, sin un hombre, sin una bestia, con la monótona soledad del domingo.
El agua no pasaba adelante: se derramaba en los campos de Batiste, que bebían y bebían con la sed del hidrópico. Tal vez los de abajo se quejaban; tal vez Pimentó, advertido como «atandador», rondaba por las inmediaciones, indignado por el insolente ataque á la ley.
Los grupos de campesinos bebían el último trago con los del pueblo, antes de emprender la marcha, deseosos de relatar los incidentes de la famosa lucha durante la velada en la casería. En la plaza sonaban el pito y el tamboril con cadencias de baile. Se había reunido toda la gente joven para celebrar la victoria con un aurresku, la gran danza vasca que tenía algo de rito primitivo.
Leyéndole, no había más remedio que creer que el vino de Jerez era tan indispensable como el pan, y que los que no lo bebían estaban condenados a una muerte próxima. Mira, Fermín, hijo mío decía con entonación oratoria. ¡Qué hermosura de viñas! Me siento orgulloso de prestar mis servicios a una casa que es dueña de Marchamalo.
De noche la acompañaba paseando por las calles más extraviadas, donde tuviera seguridad de no tropezar a algún conocido. Los domingos solía llevarla en coche a cualquier pueblecito próximo; merendaban, bebían lo bastante para ponerse alegres y regresaban con las mejillas rojas, diciéndose mil disparates deliciosos.
Eran los «gallegos», los conductores forzudos, a los que se confundía, fuese cual fuese su origen, en esta denominación geográfica, como si los hijos del país no se creyesen aptos para ningún trabajo constante y fatigoso. Bebían ávidamente el agua, y si había próxima una taberna, se insubordinaban contra el director del «paso» reclamando vino.
Pálido y frío estaba en su cama de randas y colgaduras el emperador, y los mandarines todos lo daban por muerto, y se pasaban el día dando las tres vueltas con los brazos abiertos, delante del que debía subir al trono. Comían muchas naranjas, y bebían té con limón. En los corredores habían puesto tapices, para que no sonara el paso. No se oía en el palacio sino un ruido de abejas.
Palabra del Dia
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