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Actualizado: 4 de julio de 2025
Ahora eran sus hijas las que perseguían á la pobre Roseta, como si la infeliz tuviese culpa alguna. ¿Y todo por qué?... Porque querían vivir trabajando, sin ofender á nadie, como Dios manda. Batiste, al ver á su hija ensangrentada y llorosa, palideció, dando algunos pasos hacia el camino con la vista fija en la barraca de Pimentó, cuya techumbre asomaba sobre los cañares.
Dejó atrás el pueblo, y según avanzaba Batiste hacia su barraca marcábase cada vez más la hostilidad. La gente tropezaba con él en las sendas sin darle las buenas noches.
Y que no olvidase comprar hilo, agujas y unas alpargatas para el pequeño. ¡Criatura más destrozona!... En el cajón de la mesita encontraría el dinero. Y mientras la madre daba una vuelta en la cama, dulcemente acariciada por el calor del estudi, proponiéndose dormir media hora más junto al enorme Batiste, que roncaba sonoramente, Roseta seguía sus evoluciones.
Y el pastor llamó á su rebaño, le hizo emprender la marcha por el camino, y antes de alejarse se echó la manta atrás, alzando sus descarnados brazos, y con cierta entonación de hechicero que augura el porvenir ó de profeta que husmea la ruina, le gritó á Batiste: Creume, fill meu: ¡te portarán desgrasia!... Créeme, hijo mío: ¡te traerán desgracia!...
Los palos seguían en alto, relucían las navajas en los grupos, pero nadie se aproximaba á Batiste, y éste retrocedió lentamente de espaldas, enarbolando el ensangrentado taburete. Así salió de la plazoleta, mirando con ojos de reto al grupo que rodeaba al caído Pimentó. Eran todos gente brava, pero parecían dominados por la fuerza de este hombre.
Batiste desperezábase con voluptuosidad, dominado por el bienestar tranquilo de que parecía impregnado el ambiente. Roseta, con los chicos, se había ido al baile de la alquería; su mujer dormitaba bajo el sombrajo, y él se paseaba desde su vivienda al camino, por el pedazo de tierra inculta que daba entrada al carro.
Vigilaba á todas horas, permanecía siempre junto al rocín delantero, evitando los baches profundos y los malos pasos; y sin embargo, si algún carro volcaba era el suyo; si algún animal caía enfermo á causa de las lluvias era seguramente de Batiste á pesar del cuidado paternal con que se apresuraba á cubrir los flancos de sus bestias con gualdrapas de arpillera apenas caían cuatro gotas.
Todo era asunto de cerrar una hora antes la taberna; pero dentro de ella jamás tendría la justicia quehacer alguno mientras estuviese él detrás del mostrador. Batiste, después de mirar furtivamente desde la puerta al tabernero, que con la ayuda de su mujer y un criado despachaba á los parroquianos, volvió á la plazoleta.
Tan á ciegas iban los golpes, que los demás muchachos se apretaban en los bancos, se encogían, escondiendo cada cual la cabeza en el hombro del vecino; y á un chiquitín, el hijo pequeño de Batiste, asustado por el estrépito de la caña, se le fué el cuerpo. Esto amansó al profesor y le hizo recobrar su perdida majestad, mientras el apaleado auditorio se tapaba las narices.
Duró esta faena preparatoria más de una semana, sudando y jadeando la familia desde el alba á la noche. La mitad de las tierras estaban removidas. Batiste las entabló y labró con ayuda del viejo y animoso rocín, que parecía de la familia. Había que proceder á su cultivo; estaban en San Martín, la época de la siembra, y el labrador dividió la tierra roturada en tres partes.
Palabra del Dia
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