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Actualizado: 27 de junio de 2025


Preguntaron si conocía al señor de la Pinilla; y como la respuesta fuera afirmativa, le propusieron alojamiento en la Bastilla, por ser lugar fuerte en que había perennemente guardia de soldados; pero si no le agradaba la mansión, estaban dispuestos á poner en la casa que eligiera cuatro guardias del Rey, que le custodiaran día y noche.

Mis lectores saben que todos los pueblos han tenido plaza de la Greve, su horca y su verdugo, su argolla de hierro: la castracion en casi toda el Asia primitiva; la concha del ostracismo en Grecia; el monte Taygeto en Esparta; el monte Calvario en Judea; la roca Tarpeya en la Italia antigua; el Santo Oficio en la Italia moderna; la Bastilla en Paris.

Á un hombre le pesa emplear dos varas de bronce con el fin de que su cautivo pudiera respirar de pié derecho, cuando la Providencia habia creado para aquel cautivo toda esa inmensidad que flota entre la Bastilla y las estrellas. Allí fuéron víctimas de la tenebrosa política de Luis XI, Guillermo de Llarancourt, obispo de Verdun, Jaime de Armagnac, duque de Nemours y el conde de Saint-Pol.

Pero otra edad humana vino, la Bastilla desapareció, cayó bajo los golpes de la piqueta revolucionaria, y sobre sus escombros se levantó grande y valerosa la columna de Julio. Al monumento del siglo XIII sucedió el monumento del siglo XVIII: el Capitolio se levantó sobre la roca ensangrentada del monte Tarpeya. La figura que remata ese monumento, es el genio de la Libertad.

Así que salimos á la plaza de la Concordia, divisamos, entre el juego de muchas luces particulares, un surco contínuo de fuego, tirado á cordel; á medida que el coche avanzaba, veiamos escaparse, como apariciones fugitivas, la rica y espaciosa calle de Castiglioni, divisando como un relámpago la enorme columna de Vendome; la plaza y la fachada del palacio Real, iluminadas perfectamente, el anchuroso bulevar de Sebastopol, con sus dos hileras de faroles que se van juntando á medida que la mirada se prolonga, hasta que se pierden en un montecillo de luces trémulas, á una distancia que parece de ocho ó diez millas; el gigantesco torreon negro, con su jardin alrededor, como una azucena sembrada al pié de una roca deforme; el palacio de la Ciudad y su plaza, alumbrada por grandes faroles, la caserna de Napoleon, hasta llegar á la Bastilla, plaza extensa, menos brillante que la de Vendome ó la de las Victorias; pero no menos interesante como teatro histórico.

Aquí se reunia la Convención: Luis XVI pasó por esta calle al dirigirse á la guillotina: desde aquí alcanzo la plaza de la Bastilla, donde el pueblo desplegó su omnipotencia; esta casa que sale á nuestro paso cobijó á Mirabeau, palanca poderosa de la revolucion que trabajó en pro de sus triunfos mas de lo que él suponia; aquí vivió Marat; Camille Desmoulins soñó tiernas escenas de amor al lado de su amada Lucila en el cuarto que estamos visitando; en este palacio de la plaza de la Greve, se reunia el tribunal que presidió Robespierre; aquí la morada de Danton; miremos en nuestro derredor al pueblo que nos cerca, es el mismo que con el pendon de la libertad por guia ha paseado la Europa; estos que nos rodean son los del año 30, los de las jornadas del 48; aquí se resuelven hoy todas las cuestiones de Europa; Paris es en nuestros dias la capital del mundo; aquí vive el secreto del porvenir: Voltaire vivió en la casa que ahora contemplamos; mirad esa modesta vivienda que cobijó á Rousseau; el arte habita hoy esta metrópoli; Rossini y Meyerbeer, Verdi y Auber, los poetas y los filósofos, los artistas y los políticos, toda la aristocracia europea del talento, pasa á nuestro lado; los monumentos nos cercan, la actividad nos aturde.

Aquellas letras perpetúan el nombre de las personas que sufrieren el cautiverio de la Bastilla, de la alta prision de Estado, de aquella Inquisicion de la edad media, de aquel Gólgota religioso y político.

El monumento entero fue fundado en 1066 por Guillermo el Conquistador para la defensa de Lóndres, compuesto de una gran torre central y trece pequeñas que la rodeaban, de las cuales algunas no existen. La Torre de Lóndres ha sido el teatro de los mas terribles dramas políticos, mucho peores aún que los de la Bastilla de París.

Aquí la escena cambia de aspecto; de un círculo de luz y de bullicio, pasamos á un círculo de meditacion y de melancólica poesía. Hay luces que vienen á reflejarse en nuestros ojos: hay luces tambien que vienen á reflejarse en nuestra alma. En este sentido, la Bastilla está más alumbrada que los almacenes del Rívoli.

Hasta hace cien años, los hombres vivían como esclavos de los reyes, que no los dejaban pensar, y les quitaban mucho de lo que ganaban en sus oficios, para pagar tropas con que pelear con otros reyes, y vivir en palacios de mármol y de oro, con criados vestidos de seda, y señoras y caballeros de pluma blanca, mientras los caballeros de veras, los que trabajaban en el campo y en la ciudad, no podían vestirse más que de pana, ni ponerle pluma al sombrero: y si decían que no era justo que los holgazanes viviesen de lo que ganaban los trabajadores, si decían que un país entero no debía quedarse sin pan para que un hombre solo y sus amigos tuvieran coches, y ropas de tisú y encaje, y cenas con quince vinos, el rey los mandaba apalear, o los encerraba vivos en la prisión de la Bastilla, hasta que se morían, locos y mudos: y a uno le puso una mascara de hierro, y lo tuvo preso toda la vida, sin levantarle nunca la máscara.

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