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Actualizado: 11 de mayo de 2025
A los gritos habían acudido también el jardinero y su mujer y un peón de los que trabajaban por allí cerca. Todos emprendieron juntos el camino de la casa satisfechos de que no hubiera acaecido nada malo. Pero Barragán tocó en el hombro a Reynoso y le dijo: Dispénsame un instante que vaya a recoger el caballo. ¡El caballo! exclamó su amigo en el colmo de la sorpresa . ¿Pero has venido a caballo?
Aquí en estos bosques no hay peligro ninguno prosiguió Barragán . Pero si usted caminase por algunos de América ya podría usted ir con más cuidadito. A lo mejor salta el tigre o se tropieza con los bandidos... Barragán al proferir estas palabras dio un paso hacia Elena. Esta se puso más pálida aún y sin saber lo que decía con voz alterada exclamó: ¡Haga usted el favor!
Felizmente para Barragán, no tanto para Elena, se presentó allí Gustavo Núñez que la había seguido los pasos. Recobró aquélla la calma y disimulando la causa de su turbación para no herir al amigo de su marido, contó que había visto un bicho negro y largo, así como una serpiente. Barragán y Núñez se pusieron a buscar, pero, es natural, no dieron con él.
Los novios regresaron con los padrinos en un coche. La comitiva se fue acomodando en otros, y a Núñez y Barragán les tocó venir juntos en una berlina. No era empresa llana y de gusto meterse solo en un coche con hombre de tan endiablado rostro como el paisano. Alguno había en la comitiva que hubiera preferido viajar con un lobo.
Y volviendo repentinamente la cabeza se puso a gritar desesperadamente: ¡Tristán! ¡Clara! ¡Tristán! ¡Nanín! El buen Barragán quedó asustado de aquel susto y acercándose más exclamó con dulzura: ¡No tenga usted miedo, Elenita! ¡Si estoy aquí yo! Además, esto está muy bien guardado. ¡Clara! ¡Tristán! ¡Nanín! ¡Pero, Elenita, si estoy aquí yo!
¡Virgen Santísima y qué barragán será cuando le crezcan las barbas! exclamó la mujer, espantada de que aquel mancebillo hubiera dado muerte al terrible animal sin la ayuda de nadie. Luego le pidió que le siguiera; pero Ramiro, acercándose a un portillo que abría hacia el campo, apoyó un momento la espada en el muro, y tomando el cuerno tocó tres veces con fuerza.
Pasee usted cuanto quiera, amigo Barragán repuso Tristán mirándole con curiosidad. Pero con gran sorpresa suya en vez de hacer uso de esta facultad el paisano se dejó caer como un plomo sobre el diván, sacó el pañuelo y se lo llevó a la frente empapada de sudor. ¡Es tan triste! ¡Es tan triste! murmuró con abatimiento.
Y pensando, pensando, resultó que a los pocos minutos adquirió el convencimiento de que Barragán había visto visiones. No tenía nada de extraño. Como era hombre tan poco acostumbrado a vivir entre damas ni aun entre personas civilizadas, bastaba cualquier semejanza de rostro o de toilette para que el infeliz se confundiese.
Lo menos le han quedado al padre después de mantener la casa cincuenta mil pesos. ¿Pero es tanto, Fabriciano? Entonces veinticinco mil pesos son de la madre. ¡Y que lo digas, amigo! No vayas a figurarte que nos dará menos el padre. ¡Que yo os voy a dar veinticinco mil pesos! exclamó Barragán trémulo . Ya quisiera tener para mí esa cantidad. ¿Sabéis lo que os digo?
Si no lo hay ¿quién hizo este mundo? ¿Morimos para siempre o resucitamos después en otra vida? ¿Por qué nacemos? ¿por qué morimos? ¿Qué es el cielo? ¿qué es el infierno? Tales eran las graves cuestiones metafísicas que se agitaban incesantemente en el cerebro tenebroso del paisano Barragán.
Palabra del Dia
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