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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Sin embargo decía Orgaz padre hay circunstancias... el honor... la sociedad.... Ya ve usted, Fígaro condena el duelo, y confiesa que él se batiría llegado el caso. Es que yo no soy un mal barbero, señor mío gritó don Frutos tengo algo que perder.
Nuestros tres amigos y Lázaro salieron de los últimos y se acercaron por curiosidad al grupo que Calleja había formado. Entre tanto, el barbero pasó en dos zancajos á la otra acera, y se acercó á la puerta de su casa. Su mujer salió á encontrarle. Ciudadano, ¿has hablado? le dijo. No, ciudadanita mía. No puede ser esta noche; pero lo que es mañana, ó hablo, ó me corto la lengua.
En que se trata de un percance que le sobrevino a un barbero de Sevilla, por meterse a afeitar a oscuras.
-Pues yo le tengo en italiano -dijo el barbero-, mas no le entiendo.
A continuación, cuatro gendarmes de cascos abollados y sables herrumbrosos; y tras esta escolta de honor, Neptuno, el de las blancas barbas, con diadema de latón y cara de borracho; un astrónomo y su ayudante, con luengos fracs de percalina y sombreros de copa alta pintarrajeados de estrellas; un escribano con toga y birrete, seguido de su ayudante, que llevaba los libros; y el barbero del dios, favorito y bufón a un tiempo, lo mismo que ciertos rapabarbas históricos consejeros de los antiguos reyes.
Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía, allí delante de sus ojos, se le había vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya sobre quien tanto se había peleado.
-No hacen -respondió el barbero-, que también sé yo llevallos al corral o a la chimenea; que en verdad que hay muy buen fuego en ella. -Luego, ¿quiere vuestra merced quemar más libros? -dijo el ventero. -No más -dijo el cura- que estos dos: el de Don Cirongilio y el de Felixmarte. -Pues, ¿por ventura -dijo el ventero- mis libros son herejes o flemáticos, que los quiere quemar?
Se ha divertido la maldita. ¡Qué modo de correrla!... Hasta cuentan que se ha acostado con reyes. Y de dinero no digamos. ¡Qué modo de ganarlo y de tirarlo, hijos míos! Esto quien lo sabe es el barbero Cupido.
Quizá se habría prestado a perdonar a Marisalada en esta ocasión, si no se hubiera presentado muy en breve otra, que la obligó por fin a tomar la resolución de despedirla de una vez. Fue el caso que el hijo del barbero, Ramón Pérez, gran tocador de guitarra, venía todas las noches a tocar y cantar coplas amorosas bajo las ventanas severamente cerradas de la beata.
-Este libro es -dijo el barbero, abriendo otro- Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo.
Palabra del Dia
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