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Actualizado: 3 de septiembre de 2025
¡Señor decía para sí, qué felices son los madrileños, que tienen la gloria de poder llamar compatriota suyo al bendito Isidro, y poco menos á la bendita María de la Cabeza! ¡Qué dicha la suya, pues pueden desde su propio hogar contemplar todos los días los campos donde vivieron en carne mortal los santos labradores! ¡Y con qué santo regocijo y piadoso recogimiento de espíritu discurrirán por aquellos campos, pondrán su planta donde Isidro y María pusieron la suya, y se inclinarán á cada paso á besar aquella tierra, que Isidro regó con su sudor y los ángeles santificaron con su presencia, bajando á ella para regir el arado del bendito labrador!
Pero no fué esto lo peor que escuchó la pobrecilla mientras, llena de vergüenza, devolvía á la tumba aquel despojo que había querido profanar sacándolo de tan venerable asilo. No fué esto lo peor que oyó, porque el viejo, bajando la voz y como si hablara consigo mismo, dijo: Al fin tendré que tomar una determinación contigo.
Hace un siglo que en cierta habitación reservada del teatro Vaudeville, de París, se conserva el sillón de aquella mujer extraordinaria que se llamó «la Montansier». El amigo que camina delante de nosotros, nos dice, deteniéndose y bajando un poco la voz: «...Aquí se sentaba la Montansier para dirigir sus ensayos».
Bien conservada, ¿eh? Sí; para su edad... ¿Cómo para su edad? No vayas a figurarte que es una vieja... Después, muy distinguida, ¿verdad? Y bajando la voz y acercando la boca al oído del sobrino añadió: ¡Ciento cincuenta mil duros en casas, y acciones del Banco!... ¿He dicho algo Miguel? No necesitó éste tirarle mucho de la lengua para averiguar sus planes.
Bajando la momia, arrojó de sí esta pregunta, metida dentro de un suspiro: ¿Es usted amigo del Sr. D. Carlos? Sí, señora. Si no me engaño, es la primera vez que viene usted a casa. ¡Ah! esto parece la casa de Tócame Roque, según la gente que entra y sale. Y no es toda gente de principios, ni se nos guardan los miramientos que nos corresponden.
Y a continuación, con una tristeza de grande hombre que pierde el tiempo sin dar la medida de su valor, dijo bajando los ojos: Cuando mi abuelo tenía mi edad, cuentan que ya era verro y metía miedo a toda la isla.
Te aseguro que hace tiempo que he encargado á un amigo de andar los pasos... Sólo que es cojo el pobrecito y camina poco añadió bajando la voz con acento cómico. Los amigos celebraron la gracia. Soledad salió del cuarto llorando, como siempre que se tocaba este punto. Con todo, era feliz.
Frotáronle mucho los pulsos, las sienes, con el fresco líquido, y al fin la pupila fue bajando al globo de la córnea, mientras el pelo se dilataba con ruidoso suspiro.
El mar era casi negro, el cielo de un gris plomizo, y en las brumas del horizonte serpenteaban los rayos bajando a beber en las olas. Sintió Jaime en su rostro y en sus manos el húmedo contacto de algunas gotas de lluvia. Iba a estallar una tormenta que tal vez durase toda la noche. Los relámpagos brillaban cada vez más cerca.
Tornó a tomar su báculo el deudor, y, bajando la cabeza, se salió del juzgado.
Palabra del Dia
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