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¿Qué se te ofrece, hijo? Mira, mamá dijo bajando la voz y un es no es cortado, al hablar de los condes ó cuando á ellos te dirijas, no digas señor conde ó señora condesa, sino conde ó condesa simplemente. El señor antes del título lo dicen sólo los criados y dependientes de la casa ó las personas inferiores que no se rozan con ellos en un pie de igualdad.

En luengo un grande rio caudaloso Con sus dos compañeros fué bajando Tres dias, y en un prado verde umbroso Que el rio con sosiego va bañando, Metido en una choza al valeroso Topamaro le ha hallado reposando, Sin gente, que no saben la venida Del Capitan Loyola á su guarida.

El cura me miró con aire espantado. Es inútil, es inútil, basta con que me lo digas, te creo exclamó precipitadamente, con el rostro carmesí y bajando púdicamente los ojos hacia las puntas de sus zapatos. ¡Pegarme el día de mi santo, el día en que cumplía diez y seis años! y continué yo abrochando mi bata. ¿Sabéis que la detesto?

Nuestro joven la miró entonces con más atención y bajando de su pedestal académico la trató con menos condescendencia. Se vieron a menudo, unas veces en casa de Escudero, otras en el Sotillo, adonde éste solía ir con su familia algunos días. En cada una de estas entrevistas el sabio ateneísta perdía un poco de su majestad.

Ahora bien, esta altura varía con las estaciones, siendo cada vez mayor desde el equinoccio de primavera hasta el solsticio de verano, para disminuir en seguida hasta el equinoccio de otoño; luego sigue bajando hasta el solsticio de invierno, en que es lo más pequeña posible. Finalmente, durante el invierno vuelve á pasar por los valores que ha tenido en otoño, hasta el equinoccio de primavera.

En hondos discursos os metéis, y no qué os diga, ni qué deje de deciros, contestó doña Guiomar, bajando los ojos y poniéndose muy más colorada que otras veces; y tanto más, cuanto que no a quién hablo.

El padre Tomás movió la cabeza, la abuela me miró con expresión de alarma y la de Ribert y Genoveva parecieron confusas. Es duro añadí bajando los ojos, ser engañada por la amistad y por lo que se cree ser el amor... Nadie respondió.

Abuelo, vamos, haga Vd. un esfuerzo para levantarse, dijo la niña mendiga, pues aquí vienen un señorito y una mujer para ayudarme a conducirle a Vd. al pueblo. El hombre, exhalando gemidos, se movió pesadamente como si le faltara la fuerza para levantarse, luego apoyó una rodilla, después la otra y por fin las manos, quedándose a gatas y bajando la cabeza como si quisiera ocultar su cara.

Y al mismo tiempo el joven se sintió arrastrado por una simpatía misteriosa hacia el fraile. Adelantó sin encogimiento, saludó, y dijo con respeto: ¿Es vuestra paternidad fray Luis de Aliaga, confesor del rey? Yo soy, caballero dijo el fraile bajando levemente la cabeza. Traigo para vos una carta de su majestad. ¿De qué majestad? De su majestad la reina. Y entregó la carta al padre Aliaga.

Con estas fantasías en la cabeza y los ojos cerrados muy a menudo por no ver los abismos a mis pies, fui bajando la pendiente cómo y por dónde quiso mi caballejo, a cuya juiciosa firmeza me había entregado con ciega fe desde arriba, por encargo del propio Chisco, que me precedía caminando por el derrumbadero con igual desembarazo que yo por los pasillos de mi casa.