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Actualizado: 3 de septiembre de 2025
Temo, gentleman, que sus ojos, acostumbrados á abarcar únicamente las cosas enormes, no lleguen á distinguir los detalles y delicadezas de una mujer pequeña como yo. Y el profesor, al decir esto, se ruborizaba, bajando los ojos. Al fin, una tarde, al salir del plato-ascensor, recomendó á dos servidores que cargasen con un disco de cristal llegado con ella.
De repente, ¡ay!, cree que le clavan un dardo. Bajando por la calle Imperial, en dirección al gran pelmazo de gente que se ha formado, viene Juanito Santa Cruz. Ella se empina sobre las puntas de los pies para verle y ser vista. Milagro fuera que no la viese. La ve al instante y se va derecho a ella. Tiembla Fortunata, y él le coge una mano preguntándole por su salud.
¿Qué pasa? se dijo asustado Bonis. Pensó de repente, como antaño : Emma se ha puesto mala, y me va a echar la culpa. Se dirigió hacia la escalera, cuya puerta abrieron con estrépito desde dentro; bajando de dos en dos los peldaños, venían dos bultos: el primo Sebastián y Minghetti, que atropellaron a Bonis.
¿Por qué pensar en tales cosas? dijo la jardinera . Se pone usted malo, y para esto no era preciso que se molestase bajando a verme. Mejor hubiera hecho quedándose en palacio. No; tú me distraes; encuentro cierto consuelo comunicándote mis penas. Allá arriba me desespero solo, teniendo que hacer esfuerzos para tragarme la rabia.
Había tenido que ir hasta la puerta de la calle, acompañando á su antiguo patrón. Vea si puede alcanzar al señor Watson ordenó Elena apresuradamente . No debe estar lejos; dígale que vuelva. La mestiza sonrió, bajando sus ojos para decir con fingida simplicidad: No es fácil alcanzarlo. Salió disparado, como si huyese del demonio.
Las señoras manifestaban, bajando la vista, que en todos los estados se podía muy bien servir a Dios y que no eran las más flojas penitencias las que imponían el cuidado de los hijos, su educación y el gobierno de la casa.
¡Tu tío!... ¡tu pobre tío, ha muerto! contestó apagando su sonrisa y con acento triste Francisco Montiño. El joven se puso pálido, sus ojos se llenaron de lágrimas, y exclamó bajando tristemente la cabeza: ¡Cúmplase la voluntad de Dios! Y luego añadió dominándose: ¿Y nada os ha dicho para mí? Nada; cuando llegué ya había perdido el habla.
Bajando por la escalera, unas opinaban que el furor de la Valcárcel era fingido, que bien satisfecha estaba con el descubrimiento; otras pensaban, más en lo cierto, que si algo halagaba esta potencialidad a Emma, no le daban lugar a satisfacciones el terror del parto, el asco y la repugnancia a los menesteres de la maternidad después del alumbramiento.
La mestiza era demasiado bien criada para abrir una puerta sin permiso; pero antes de solicitarlo, creía oportuno siempre mirar un poco por el ojo de la cerradura. Cuando asomó al fin la cabeza entre las dos hojas de madera, dijo bajando sus ojos maliciosos: Mi antiguo patrón don Pirovani quiere ver á la señora. Parece que trae prisa.
Del ensayo resultó que para evitar el pronombre daba la pobrecilla infinidad de rodeos y se metía en una serie interminable de perífrasis: si se aventuraba a dirigirme un tú, lo hacía bajando la voz y pasando como sobre ascuas. Cuando empezó el segundo acto, volvió a escuchar atentamente.
Palabra del Dia
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