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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Pero no quiso confesárselo. Antes persistió en embromarla desviando la conversación hacia los parajes donde le convenía. Pero, en fin, ¿qué me importa que rajes hasta morir y me des tanta jaqueca, si tienes unos ojos, chiquilla, que bailan como las estrellitas sobre el agua, si cuando hablas y te mueves hasta el aire que te envuelve queda empapado de sal?...
Los viejos álamos que bordan el río se inclinan unos hacia otros, como fantasmas gigantes que bailan a media noche, en largas filas, una danza mágica. El cielo está velado por nubes sombrías, todo es negro en los alrededores; sólo la espuma, de color de nieve, esparce un resplandor incierto, que, como la bruma, difuma los contornos de las cosas. Arriba resalta la balaustrada del pequeño pasadizo.
Una nube de fuego, en cuyo centro resuenan voces de ángeles, se presenta al frente del ejército, y lo dirige en el desierto, y ángeles también hacen llover el maná de otra nube. El becerro de oro, terminado poco después, es adorado por los pervertidos, que bailan á su rededor danzas acompañadas de cánticos.
Y repite lo que en la mañana dijo de la Tierra. El cielo ignora nuestros dolores. Vuelve lentamente hacia la plaza. De todos los cafés, de los restoranes, de los hoteles surge el vaivén musical de los cadenciosos violines. Pasan detrás de los grandes vidrios enrojecidos por una luz interior las parejas enlazadas, siguiendo el ritmo de la música. Bailan... bailan... bailan.
Pues, señor, la bailan á una, la hablan tan finos..., y una ¿qué ha de hacer? Pues es claro. Total, que el mocito que está en el portal de enfrente no perderá el tiempo. Parece que va usté á medias con él. Ojalá, Teresita...; aunque en semejante negocio me sería muy difícil dar participación á nadie. ¿Por qué? Porque es usted demasiado bonita. ¿Me va usté á hacer el amor?
Todavía, al son de las castañuelas, bailan los seises en la catedral de Sevilla. No pretendo yo que canonicemos y santifiquemos la danza, pero es un dolor que nuestra danza nacional vaya perdiendo cada día más su carácter propio y castizo ó bien que se avillane, se corrompa y se haga más grotesca, chula y gitana.
La confesión es una cosa admirable en sí misma, en tierra, por ejemplo, en una iglesia de aldea donde las vidrieras dejan penetrar un alegre rayo de sol, cuando vais a partir para una larga campaña, y vuestra abuela está allí arrodillada, llorosa, haciendo arder un cirio bendito que ha dedicado a Nuestra Señora: ¡oh! sí, entonces, la confesión al oído de un juicioso y virtuoso sacerdote de cabellos blancos, que, al salir del confesionario y apoyando su brazo trémulo sobre el vuestro, os dice: «Hijo mío, vamos a ver a mis ovejas que bailan bajo los sauces allá abajo, al borde del arroyo, y de pasada llevaremos una botella de buen vino al pobre viejo Juan Luis, el protestante.»
Ahora, al amparo de esa sombra de Rey, bailan sobre nuestras costillas; pero los papeles se truecan, jí.... Figúrese usted que el bravo D. Carlos partió hacia Navarra para conferenciar con Santos Ladrón y otros valientes capitanes, la buena gente, la gente sana, la gente de Dios. Pues bien, hubo una algarada de voluntarios realistas en Viana, por impaciencias tontas y celo mal entendido.
Hasta el conde está borracho; borracho también ese jefe que hablaba con usted, y los demás. Algunos de ellos bailan medio desnudos. Deseaba callarse ciertos detalles, pero su verbosidad femenil saltó por encima de estos propósitos discretos. Algunos oficiales jóvenes se habían disfrazado con sombreros y vestidos de las señoras y danzaban dando gritos é imitando los contoneos femeniles.
Realizada aquella operación, se ennegrecieron las «damas», que sentadas en los bancos fueron revistadas por Melchor, de cuyo panamá bajó sobre los ojos el ala delantera. Al llegar frente al farol de la pared vio, bajo la penumbra de éste, una pareja que conversaba íntimamente. ¿Y ustedes?... ¿qué hacen, que no bailan? «Ahura» hemos de bailar, señor, lo que toquen.
Palabra del Dia
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