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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Nadie osaba turbar, ni aun los mismos chicos, la edificante oración del coadjutor. En aquel momento fue cuando a Andrés le acudió la idea de servirse de Rafael para hablar con Rosa por última vez. ¡Si el muchacho se aviniese a llevarle un recado!... Lo intentaría. Y con la esperanza de dar una tierna despedida a la joven aldeana y justificar su proceder, le bailó el corazón de alegría.

Si posible fuera... Tengo algún apetito. Y como ya deseaba hablar, añadió, sonriendo con amabilidad: ¿No baila V. con las otras jóvenes? La he visto a V. muy solita ahí debajo del corredor. Nunca bailo respondió toda confusa la niña, como si le imputasen alguna falta grave. ¿No sabe V.? , señor, , pero... Vamos, no le gusta. Antes me gustaba mucho; ahora, no tanto.

Nuestro joven, tocado de la común alegría, alborotó y enredó más que ninguno; bailó con Rosa el fandango, lo cual hizo reír no poco, pues echaba las piernas al aire de modo harto original. Rosa experimentó también la embriaguez del bullicio y mostrose en su verdadero ser, risueña, graciosa, picaresca.

Una joven cobriza, hermosa y sucia, con el pelo revuelto, grandes aros en las orejas y un delantal de rayas multicolores, bailó bajo el emparrado, moviendo en alto un pandero que era casi del tamaño de una sombrilla. Dos chicuelos vestidos de antiguos lazaroni, con gorro rojo y las piernas remangadas, acompañaron dando gritos la agitada danza de la tarantela.

Fue, en suma, uno de esos momentos únicos en la vida de una niña vanidosa, en que el orgullo halagado origina tan dulces impresiones, que casi emula otros goces más íntimos y profundos, eternamente ignotos para semejantes criaturas. Pilar bailó con todas sus parejas como si de cada una de ellas estuviese muy prendada; tanto brillaban sus ojos y tal expansión revelaba su actitud.

El Emir se había despegado de sus compañeros para ejecutar un solo de danza. Acompañado por la flauta y agitando entre ambas manos un pañuelo rojo, bailó frente a Nélida, como si la dedicase todos sus gestos y contorsiones. Movía las caderas con femenil vaivén, lo mismo que las almeas, provocando grandes risas por sus estremecimientos lascivos.

Luego se irguió haciendo resaltar su bella figura escultural. ¡Ole la palma gallarda! ¡Vaya un talle sandunguero!... ¡Suelta esa mata de pelo, gachona!... ¡Vivan las mujeres flamencas! Y entre los gritos y los oles y el palmoteo infernal, Soledad bailó con toda la elegancia y gentileza que ella sólo sabía.

Ni chiquillos de escuela en ausencia del maestro, armarían más ruido y batahola que la que armaron los concurrentes al Tribunal tan luego desapareció el jefe de la provincia. Se comentó la elección, se murmuró, se bebió, se comió, y, por último, se bailó.

Se bailó en mangas de camisa, con esa grata familiaridad que caracteriza a los hombres de negocios en momentos de alegría. Así y todo, se sudaba como en los primeros días de la creación. Las mejillas de las damas echaban fuego. ¡Ah, si pudieran utilizar el hielo que envolvía en aquel instante el corazón del violinista del café del Siglo, qué bien se refrescarían!

Ahí tienes un problema que me está dando muchos dolores de cabeza. No qué hacer. Lo pienso y lo pienso día y noche y... no , no si me animaré a bailar. A ¿qué te parece? Que debes bailar; no mucho, pero un poquito. Es que si empiezo... no si me detendré; porque, hijita, a pesar de mis penas y de mis amarguras... es una cosa, Marianela, que bailo sola.

Palabra del Dia

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