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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Y la esposa de Sánchez Morueta, acariciando estos pensamientos, corría en su automóvil hacia la villa, dejando tras las ruedas nubes de polvo. Pepita, desde una ventana de su cuarto, siguió un momento la marcha del vehículo y al verle desaparecer, esparció su mirada por el paisaje, con la vaguedad melancólica de los que se sienten enamorados y perciben en todo lo que les rodea una nueva vida.

Igualmente les había visitado muchas tardes este canto medieval, evocando en el cerrado dormitorio un recuerdo de excursiones en automóvil por las altiplanicies de Castilla: una visión de llanuras de rastrojo con hilos de agua bordeados de álamos; cubos de fortaleza sosteniéndose erguidos entre montones de ruinas; pueblos de color pardo; torres de iglesia con nidos de cigüeñas en el remate. ¡Adiós! ¡También adiós!

Don Marcelo tuvo el presentimiento de que su vida dependía de este examen. Una mala idea que cruzase por su cerebro, un capricho cruel de su imaginación, y estaba perdido. Movió los hombros el general y dijo unas palabras con gesto desdeñoso. Luego montó en un automóvil con dos de sus ayudantes, y el grupo se deshizo.

Recibía, tenía un yate, sabía prestar quinientos luises sin reclamarlos jamás y tenía una hija elegante, original y con un dote colosal. No hacía falta tanto para conciliarle todos los favores. Había sido recibido en el Club automóvil, formaba parte de la sociedad de los Guías y era miembro influyente de la Unión de los yates. Pero se aburría, sin embargo.

El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más víctimas que las guerras de Napoleón decía Atilio. Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la mujer, y las que carecían de ellas se juzgaban infelices y maltratadas por la suerte. Su doble imagen turbaba las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las esposas.

No, no era posible. Uno de los dos términos de este contraste debía ser forzosamente falso. Se detuvo el automóvil: había llegado á la avenida Víctor Hugo... Creyó seguir soñando. ¿Realmente estaba en su casa?... El majestuoso portero le saludó asombrado, no pudiendo explicarse su aspecto de miseria. ¡Ah, señor!... ¿De dónde venía el señor? Del infierno murmuró don Marcelo.

Atravesó el automóvil varias líneas de ferrocarril tendidas a lo largo del río. Pasaba entre largas filas de carros enormemente cargados, que hacían temblar el suelo. De los depósitos surgían los más diversos olores, revelando el movimiento y la vida de un gran puerto. Luego, los vehículos mercantiles fueron más escasos, y aumentó el número de automóviles y tranvías.

Sus hermanitos lloraron mostrando los puños impotentes á un automóvil en el que gritaba y se agitaba la maestrita sin poder librarse de sus raptores. Todo el resto de la nación se asombró tanto como el vecindario de la ciudad. Una sublevación no tenía nada de extraordinario.

Cesó de pensar en el suicida para ocuparse únicamente de su amigo. «¡Pobre Federico! ¿Qué va á ser de él?...» Y tomó inmediatamente un automóvil para que le llevase á la avenida Henri Martin. El ayuda de cámara de Torrebianca le recibió con un rostro de fúnebre tristeza, como si hubiese muerto alguien en la casa.

En el fondo abierto de la planicie estaba otro automóvil de alquiler, y junto á él los tres militares. Acudió Lewis á saludar al príncipe. Hacía poco que habían llegado, y como tenía prisa, se encaró inmediatamente con el coronel.

Palabra del Dia

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