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Actualizado: 3 de junio de 2025


Decís que es un mal hijo... ¿a qué ser bueno, cuando es tan fácil el hacerse grande? Murió la libertad. Al solio augusto el tirano ascendió... ¡Vedle, arrogante, convertir de la patria el cuerpo hermoso en insepulto y colosal cadáver! Roma era noble, y como noble, altiva... Roma fué esclava, y como esclava, infame... ¡Y el mundo entero doblegó la frente ante el mal hijo que humilló a su madre!

A ti me dirijo, a ti que eres bueno y me conoces hace tiempo. ¿Bueno yo?... dijo Augusto con ironía . A ver, ¿qué quieres? Necesito..., ¿tendré que decírtelo?..., necesito dinero. Ya... Yo no puedo estar así. Váyanse al diablo tus recetas. Te diré..., yo quiero vivir y esto no es vivir. Dinero para el Pez. No, no; lo necesito para mi procurador y para .

Sólo el señor de las Matas de Arbín se levantó de su silla y con reposado y noble ademán avanzó su copa hasta chocar con la del ingeniero y dijo: Hubo un tiempo, señor, en que delante de estos rudos campesinos, alimentados con castañas y bellotas como las bestias, corrían desbandadas las águilas romanas enviadas por Augusto.

Entre tanto, las malas costumbres, el lujo, la disipación, los galanteos y las fiestas dispendiosas iban en aumento desde la muerte o desaparición de Parsondes, el cual, mientras vivió entre nosotros, no hizo más que condenar aquellos abusos. El Rey de Babilonia, Nanar, tributario de mi augusto amo Arteo, Rey de Media, había roto todo freno y corría desbocado por el camino de los deleites.

Ya no necesitaba vagar en torno de la estatua de Ifigenia, pues yo también iba a desempeñar el papel augusto y sublime de la sacerdotisa. Este piadoso pensamiento hizo caer la agitación de mi alma, y con él me dormí. Cuando me desperté esa primera mañana, me sentí satisfecha, casi feliz. En reinaba una paz casi religiosa que no conocía ya, desde hacía un número infinito de años.

Son los grandes mojones que el Criador coloca a trechos en la creación para recordarle su origen: por ellos se ha dicho sin duda que Dios ha hecho el hombre a su semejanza. ¡Sesostris, Alejandro, Augusto, Atila, Mahoma, Tamerlán, León X, Luis XIV, Napoleón! ¡Dioses en la tierra!

A esa hora, muy planchadito y repeinado, erguido hasta la rigidez, risueño de oreja a oreja, y solemne y augusto en su apostura, apareció delante de la Colegiata, dispuesto a aceptar los honores del triunfo que habían de decretarle allí, en el momento de salir de misa mayor, las gentes más importantes de la villa. Entre tanto ocurría dentro, en la iglesia, un suceso muy extraordinario.

Demasiado sabía Vinagre que las botas de charol no existían en tiempo de Augusto, ni aunque existieran las había de llevar Jesús al Calvario; pero él no era más que un devoto, un devoto que en todo el año no tenía ocasión de lucirse; había que perdonarle la vanidad de ostentar en aquella ocasión sus botas como espejos, que sólo se calzaba en tan solemne día.

Dice Curopalates que estas tres dignidades no tienen particular ocupacion á que acudir, y que al César le llaman señor; palabra tenida por soberbia, y debida solo á Dios en los tiempos antiguos aún de los mismos Emperadores, pues leemos de Augusto, de Tiberio, y de algunos otros que jamás consintieron que les llamasen señores.

La muerte sorprendió a Albuquerque en medio de estos últimos colosales proyectos; pero antes de morir había realizado tan grandes cosas, que el rey D. Manuel, su augusto y dichoso amo, se complació en darlas a conocer al Papa de un modo digno y solemne, y para ello le envió como embajador a Tristán de Acuña, quien había precedido a Albuquerque en el mando de la India y bajo cuyas órdenes al principio Albuquerque había militado.

Palabra del Dia

rigoleto

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