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Actualizado: 17 de septiembre de 2025
Bonifacio, que a pesar de todo quería a su mujer más que todos los tíos y primos, olvidando el propio crimen, quiso enterarse del mal que padecía la víctima; a duras penas pudo conseguir que Emma, tendida en un sofá y ahogando los sollozos, señalase con una mano en el lado izquierdo la región del bazo. Pero, hija... se atrevió a decir, si eso... no es el hígado. El hígado está al otro lado.
Viendo que la Pepa no dijera nada, Peñálvez se atrevió a hablarle y le dijo muy quedo, con su voz más tierna e insinuante: Pepa, ¿no me conoces ya?... Pepa seguía silbando como si no le oyese... Pepa, soy Peñálvez, el escribiente de la policía y amigo de don Lucas. ¿No te acuerdas de cuando iba a visitarlo? Pepa continuaba sin responder...
Bonis tuvo que sentarse en una silla, porque en la cama de su mujer no se atrevió a hacerlo. ¡Dios mío, en el mundo no hay felicidad posible! Esta noche, que yo pensé que iba a ser de imágenes alegres, de dicha interior toda ella.... ¡qué horrible tormento me ofrece! ¡Arruinado mi hijo! ¡Y arruinado por culpa mía!
Sobresaltóse Candido del tonillo con que acompañó esta pregunta, y no se atrevió á decir que fuese su muger, porque verdaderamente no lo era; ni ménos que fuese su hermana, porque no lo era tampoco; puesto que esta mentira oficiosa era muy freqüentemente usada do los antiguos: pero el alma de Candido era tan pura que no pudo desmentir la verdad.
Basilio se mordió los labios, y las palabras de Simoun resonaron otra vez en sus oidos... ¿Habrán venido á prender á Makaraig? pensó, pero no se atrevió á preguntarlo. No esperó mucho tiempo; en aquel momento bajaba Makaraig hablando alegremente con el cabo, precedidos ambos de un alguacil. ¿Cómo? ¿usted tambien, Basilio? preguntó. Venía á verle...
El hombre dijo que no iba a pasar se atrevió, sin embargo, el malacara, que en razón de ser el favorito de su amo, comía más maíz, por lo cual sentíase más creyente. Pero las vacas lo habían oído. Son los caballos. Los dos tienen soga. Ellos no pasan. Barigüí pasó ya. ¿Pasó? ¿Por aquí? preguntó descorazonado el malacara. Por el fondo. Por aquí pasa también. Comió la avena.
Andrés le esperaba a la puerta de casa. Cuando estuvieron a algunos pasos de ella, el cura dijo con terrible entonación «que las mujeres eran todas unas bestias.» Andrés no se atrevió a preguntar el motivo que tenía para pronunciar este dictamen tan desfavorable al bello sexo, aunque lo sospechaba.
A Pérez le gustó Valeria desde que la conoció; pero no se atrevió a requebrarla ni poner seriamente en ella la esperanza, considerando que ambos eran pobres. La muchacha no tenía nada: él, sólo su haber de capitán. ¿Qué ventura podía ofrecerla? Ni siquiera comunicó a Gutiérrez la simpatía que le inspiraba Valeria.
Pero ¿dónde estaba la calle? Instintivamente oró á la Virgen, pidiéndole que estuviera cerca de la calle del Humilladero. Pero la Virgen no la oyó, porque la calle estaba muy lejos. Resuelta á preguntar, se levantó; vió venir á un hombre, pero no se atrevió á detenerle; pasó otro, algunos más, y Clara no preguntó á ninguno. Tenía miedo de aproximarse á ellos.
Guardaron silencio unos instantes: él, dudoso del éxito de su empresa; ella, turbada, deseosa de sustraerse al influjo violento de aquel hijo que, para sojuzgarla mejor, acababa de decirla: «no soy sino sacerdote.» ¿Vamos a la botica? se atrevió por fin a preguntar la madre. Espere Vd.; no quiero que nos separemos así.
Palabra del Dia
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