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Actualizado: 29 de julio de 2025
Ofrécela cuanto quiera y más que quiera, y toma las señas de la casa donde vive y su nombre. Yo añadió el cocinero , no me atreví á negarme; he venido, y temeroso de llevar á su majestad vuestra contestación, he preferido, confiado en vos, deciros lo que os he dicho; pero, por Dios, no pronunciéis ni una sola palabra imprudente, porque su majestad es muy mirado y nos perderíamos los dos.
Yo me atreví a apuntar que había excepciones, pero no fue posible hacérselo reconocer. ¡Qué rato tan delicioso y tan infernal a la vez, me estaba haciendo pasar aquella niña! Para llevar la conversación a otro punto, le pregunté: ¿Cuántos años tiene V.? Hasta ahora no me lo ha dicho.
Una raya de luz más clara caía sobre una ancha escalera cuyas gradas gastadas descansaban en pilastras de piedra. Altas puertas de roble, arqueadas, conducían a diferentes habitaciones, pero no me atreví a acercarme a ninguna de ellas: se me figuraban las puertas de una prisión.
Una sola vez me pasó por la cabeza este pensamiento: «¿Puedo devolverle sus besos?» Pero no me atreví. ¿Cuánto tiempo me tuvo así? No lo sé: de repente sentí que mi cabeza chocaba rudamente con el borde del sofá. El dolor me hizo salir como de las profundidades de un sueño. Me quedé allí sin movimiento, tratando de recobrar aliento.
Anhelaba decirle muy quedo: «¡Acuérdese usted!» pero no me atreví, y fue fortuna, porque muy pronto apareció a su lado un hombre, que trató de enlazar con su brazo el talle de la dama. Apartóse ésta rápidamente y oí la risa burlona de su compañero. Era Ruperto, que inclinándose hacia ella murmuró algunas palabras.
Y yo, sin decirte nada, para no disgustarte, mi pobre primo, me atreví por mi parte á decirle que si no cambiaba de proceder, le pondría en la puerta con todos los honores debidos á sus galones ... Puedes creer, respetable prima mía, que yo ignoraba ...
Me atreví hasta entretenerme libremente con su recuerdo. Miré la ventana de su cuarto y en ella vi su encantador semblante. Oí su voz en los paseos del parque y me puse a tararear para encontrar en aquel murmullo el eco de las canciones que le gustaba entonar al aire libre, que el viento hacía tan fluidas y que eran acompañadas por el susurro de las hojas.
Pero ¡ay!, lo que más que traje y sombrero me asombró, dejándome lelo delante de tan esclarecido concurso, fue la cara del mendigo, sí señores, su cara; porque sepan ustedes que era la del mismísimo lord Gray. Creí soñar, le miré mejor, y hasta que no me llamó saludándome, no me atreví a hablarle, temiendo padecer una equivocación.
El rey Rodolfo cualesquiera que fuesen sus faltas, sabía hacerse amar de sus subditos. Por breves instantes no me atreví a hablar ni disipar la ilusión del pobre joven. Pero el viejo Sarto no era de los que se conmovían y dando palmadas exclamó: ¡Bravo, joven! ¡Cuando digo yo que todo marchará a pedir de boca! Tarlein nos miró atónito y yo le tendí la mano. ¡Estáis herido, señor! exclamó.
Ya es tarde, me dijo: es necesario decir a usted toda la verdad. Iba a decírsela a usted; pero al revelarme usted que la amaba... temblé... callé, no me atreví...; pero... en quince días que han pasado desde que la vio usted por última vez, Amparo ha entrado en un convento, y dentro de tres días más debe tomar el hábito de novicia.
Palabra del Dia
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