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Actualizado: 29 de julio de 2025
En este idioma nos preguntaron qué queriamos comer. Perdonen ustedes señores, no me atreví á llamarlos garçones; no somos italianos: somos gentes que querémos comer, y que agradecerémos á ustedes infinito que nos traigan pronto la lista de la fonda.
Iré todas las noches.... Vete tranquilo.... Anoche estuve con tu tía y estaba muy contenta. Y tomé el camino de la hacienda. El corazón me iba diciendo que tía Carmen no viviría mucho.... ¡Siete años de enfermedad! ¡Ya era tiempo!... No me atreví a pedir licencia para ir a Villaverde, aunque las noticias recibidas esa tarde no eran buenas. Tía Carmen había tenido calentura muy ligera.
Hablaba, sí, y mucho; pero siempre para aclarar o glosar cualquier jugada, repitiendo infinitamente los conceptos en tono elocuente y persuasivo, que hacía sonreír a los mirones. «Si no me hubiera fallado el rey... Si hubiera tenido un triunfito más... No me atreví a dar la bola porque me figuré que D. Pedro... ¿Por qué este tres de copas no había de ser de oros?... Con dos estuches siempre ha tirado una vuelta este cura.» Era un compañero ruidoso, pero muy fino y muy desinteresado.
Lo que más intrigaba a sus pacientes era que jamás recetaba, sino que él mismo proporcionaba las medicinas, marcándolas generalmente con letras, aunque a veces también con números. Naturalmente, contraje con él vínculos de estrecha amistad y lo visitaba a menudo en su nueva y lujosa casa. Un día me atreví a decirle: Doctor, hace mucho tiempo que he querido hacerle una pregunta. ¿Cuál es?
Todo esto me pareció bien y muy en su lugar; pero ¿por qué una aldeanuca como la nieta del Marmitón tenía aquellos aires y aquellas travesuras de señorita de ciudad? ¿Por qué se tuteaba con Neluco y había entre los dos una intimidad tan sospechosa? Me atreví a hablar de ambos particulares al mediquillo apenas salimos del caserón de don Pedro Nolasco.
Esta vez me atreví a responder que no lloraría si fuésemos dos a rezar. ¡Ah! Esos son otros cantares... Se calló un rato con los ojos cerrados, y después, temiendo, sin duda, haberme afligido, me dijo con dulzura: Todos dependemos, hija mía, más o menos, del medio en que hemos sido educados y de las enseñanzas que hemos recibido.
»Llamé, pedí el carruaje y comencé a vestirme para salir... ¡No me atreví a preguntar por mi hija, y no la echaba de la memoria un solo instante! ¿Qué haría, la desdichada, desde que yo la había dejado en el suplicio de su honda pesadumbre y sin alientos para llorar!
Cuanto al Rey, lo único que me atreví a esperar fue que no llegase a sus oídos. Juan volvió a salir ocultamente del castillo tres días después, a riesgo de su vida pero impulsado por la codicia.
Así lo hubiera pensado yo también prosiguió doña Luz , si esa mujer hubiera sido siempre la misma; pero fueron varias. Todas se recataban de la gente; estaban allí con cierto misterio, y nunca el aya las vio. A mí misma cuando fui grandecita, cuando cumplí nueve años, jamás volvió mi padre a enseñarme a ninguna de dichas mujeres, que, por la impresión que me dejaron, se me figuraba que habían de ser señoras y no gente vulgar. Mi padre era un galán caballero y agradaba mucho a las damas. Entonces nada infería yo de esto; pero más tarde he inferido la inverosimilitud de que fuese yo en realidad hija de una Antonia Gutiérrez, costurera. ¿No podría mi padre haber procurado esta madre postiza para legitimarme, sin comprometer a alguna dama? Aun en vida de mi padre, a pesar de mi corta edad, pensé alguna vez en esto; pero jamás me atreví, ni indirectamente, a preguntar nada a mi padre sobre el particular.
En seguida me fui a visitarla, pero había muchas personas en la casa y no me atreví a socorrerla por temor a que se creyera que ejercía la caridad con ostentación. Volví a casa con la intención de mandarle alguna cosa; se hizo tarde, y no me atreví a mandar a los criados. ¡Acaso la pobre mujer habrá pasado la noche sin alimentarse ni alimentar a sus hijos!
Palabra del Dia
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