Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 20 de junio de 2025
Sus ojos aterrados, su cabeza temblorosa, delataban la intensa emoción que en su alma simple había sabido despertar la madre de Rafael, a quien ella respetaba mucho. Su sobrina, su ídolo yacía por el suelo, despojada de aquella fe entusiasta y cariñosa que hasta entonces la había inspirado.
Los espectadores, de pie, miraban aterrados. La cantante agitó lentamente la mano como para decir que todo era inútil. Bosquejó una sonrisa, esperando que la recogería Jacobo. Su belleza era tan brillante en aquel momento supremo, que los tres mil espectadores que ocupaban el teatro se callaron como por una fuerza misteriosa, y se oyó el último suspiro que se exhalaba de los labios de la artista.
No tuvimos tan buena suerte en el segundo ataque, porque renunciando ellos a poner en movimiento la caballería en lugar angosto, atacaron a la bayoneta con tanta fiereza, que nuestros regimientos de línea, y aun los valientes valones y suizos, retrocedieron aterrados.
En 1830 algunos presos políticos intentaban una evasión; todo estaba preparado: los auxiliares de fuera prevenidos; en el momento de efectuarla, uno dijo: «¿Y Calíbar?» «¡Cierto! contestaron los otros anonadados, aterrados . ¡Calíbar!» Sus familias pudieron conseguir de Calíbar que estuviese enfermo cuatro días, contados desde la evasión, y así pudo efectuarse sin inconveniente.
El magister, cansado de luchar con este carácter indomable, se provee una vez de un látigo nuevo y duro, y enseñándolo a los niños, aterrados, «éste es les dice para estrenarlo en Facundo». Facundo, de edad de once años, oye esta amenaza y al día siguiente la pone a prueba. No sabe la lección, pero pide al maestro que se la tome en persona, porque el pasante lo quiere mal.
Tristán, Escudero, Barragán quedaron aterrados viendo la palidez cadavérica de aquel hombre, su mirada centellante de fiera acorralada. ¡La prueba! ¡la prueba! repitió apretando el brazo de su cuñado. Dentro de pocos momentos la tendrás.
Después de inaugurado el terror en Mendoza de un modo tan solemne, Facundo se retira al Retamo, adonde los Aldaos llevan la contribución de 100.000 pesos que han arrancado a los unitarios aterrados. Allí está la mesa de juego que acompaña siempre a Quiroga; allí acuden los aficionados del partido; allí, en fin, es el trasnochar a la claridad opaca de las antorchas.
Pero al ponerle una de las veces la mano en la cara observó, con sorpresa, que la humedad que le mojó los dedos era caliente. Comunicada esta observación con su antagonista, y como quiera que ya habían llegado a las primeras casas de la ciudad, metieron a la niña en un portal, encendió el barón un fósforo y la reconocieron. Tenía todo el rostro bañado de sangre, que manaba de algunos profundos arañazos, las manos cubiertas de cardenales. Los dos héroes se miraron aterrados, y la misma ola de indignación encendió sus mejillas. El barón dejó escapar una serie de imprecaciones fulminantes.
Era el azul luminoso de donde habían surgido los primeros dioses deshonrado por la mancha aceitosa que denuncia un asesinato en masa; las costas rosadas, cuyas espumas fabricaron á Venus, recibiendo racimos de cadáveres empujados por las olas; las alas de gaviota de las barcas de pesca huyendo amedrentadas ante el gris tiburón de acero; su familia y sus convecinos aterrados al despertar frente al cementerio flotante arrastrado por la noche hasta sus puertas.
Algún día serían tantos, que los fuertes, cansados de asesinar, aterrados por la inmensidad de su tarea sangrienta, acabarían por desalentarse, entregándose vencidos. El señor Fermín no percibió de este suplicio más que el silencio de la ciudad, que parecía avergonzada; el gesto de miedo de los pobres; la sumisión cobarde con que hablaban de los señores.
Palabra del Dia
Otros Mirando