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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Velázquez se introdujo en el grupo de espectadores y á fuerza de codazos logró pronto colocarse en primera fila. Se puso á examinar las parejas que cruzaban. El disfraz ordinario de las mujeres era el dominó; las había, sin embargo, graciosamente ataviadas con trajes de capricho.
A la verdad que tienen aire de recien domesticados, observa doña Victorina; ¡vamos á ver á los medio salvajes! Despues, la docena de muchachas, á su cabeza la alegre y viva Serpolette, ataviadas con sus mejores trajes, llevando cada una un gran ramillete de flores á la cintura, risueñas, sonrientes, frescas, apetitosas, se colocan con gran desesperacion de Juanito junto al poste de las servantes.
Todos sus divanes de damasco floreado estaban ocupados por señoras ricamente ataviadas, con los brazos y el pecho al aire. La araña de cristal que colgaba en el centro despedía hermosos cambiantes de luz que iban a caer sobre su tersa piel produciendo visos nacarados. Los espejos reflejaban de uno y otro lado aquellos pechos hasta el infinito.
Cada una de ellas ve, o cree adivinar, dos, tres, diez adoradores más o menos conocidos. ¡Cuánto disfrutan mientras permanece levantado el telón! Se consideran hermosas, están ataviadas ricamente, ven todos los gemelos fijos en sus personas, sienten la admiración que producen y no tienen que temer los silbidos ni la crítica.
Don Juan camina silenciosamente por una vereda, cuando de pronto, hendiéndose las cortezas de los troncos, dejan paso a mujeres magníficamente ataviadas y ninfas en todo el esplendor de su sagrada desnudez.
No cupo mayor pompa en el escenario en que se representan esas farsas en honor de las notabilidades de alquimia, y todo se hizo ajustado al más solemne y ostentoso ceremonial: la exposición del cadáver en la capilla ardiente, entre largos blandones y negras colgaduras de tosca bayeta; el triste clamóreo de la prensa periódica rindiendo «el último tributo de justicia al prócer insigne, al varón íntegro, al padre amoroso, al ciudadano ejemplar, al celoso representante de la patria, al protector generoso de las artes y de las letras, al orador de honrada palabra», etc., etc., y haciendo la pintura de su muerte inesperada, con descripciones minuciosas de lugares y accesorios, y con glosas y comentarios de los elogios que momentos antes del triste suceso habían dedicado al aún vivo personaje los hombres más «conspicuos» de la política, de las armas, de las letras y de la banca; el simbólico catafalco, cargado de emblemas y atributos, tocando casi en las bóvedas del templo, entre una hoguera de luces sobre ricos y enormes candelabros; las naves atestadas de «mundo»: allí los vistosos uniformes de las más altas jerarquías políticas y militares; allí la severa etiqueta civil, las gentes de la aristocracia y de los «salones elegantes», y allí, en fin, en apretados grupos, las matronas del «gran mundo» ricamente ataviadas de negro, con la mirada repartida entre el devocionario y la concurrencia, agitando maquinalmente los abanicos mientras, desde el coro, llenaba de resonantes armonías los ámbitos de la iglesia, la mejor capilla de Madrid.
No ya los autos, sino que los mesmos juegos o alegrías de agora ¿qué tienen que ver con lo que presenciaron mis ojos de mancebo? ¿Qué se hizo aquella gala e aquella grandeza? ¿Quién verá otra vez aquellas entradas de príncipes e aquellas fiestas antiguas, e aquellas luminarias y disfraces, e aquellas bizarras coheterías de botafuegos y voladores? ¿Qué fue de aquellos regocijos, cuando las cuadrillas que iban a justar pasaban con sus marlotas de seda, e las mozas de la mancebía, ataviadas de oro fino e de cendales, danzaban al son del tamboril por las calles entoldadas?
En la explanada y tribunas del Jockey daban la nota de su gracia y de su belleza numerosas damas y señoritas ataviadas con trajes primaverales, de vistosas muselinas, espumillas y otras telas ligeras. No había lujo excesivo ni ostentoso. Cierta parquedad en el adorno personal denotaba, al par de un gusto depurado, los efectos de una crisis un tanto pertinaz.
Me causan deleite las descripciones que hace en sus cartas de la tierras que descubre: los suelos «follados» por las patas de misteriosas «animalías»; la caza en las selvas a los «gatos paúles», nombre que en su tiempo se daba a los monos; la visita que recibe a bordo, en el último viaje, de «dos muchachas muy ataviadas, la más vieja de once años, que traían polvos de hechizos escondidos», y ambas, según dice el viejo Almirante a los reyes, «con tanta desenvoltura que no harían más unas p...». ¡Y qué energía la del hombre!
Cerca ya del obscurecer se volvió a Tejada con el objeto de comer con la familia y traer a su mujer y cuñada al baile. Cuando llegó, éstas se estaban vistiendo ya en sus respectivas habitaciones. Ambas se presentaron en el comedor un poco después de la hora acostumbrada, primorosamente ataviadas.
Palabra del Dia
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