United States or Taiwan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Luego, abriendo del todo el postigo y sacudiendo la mano con impaciencia: Presto, presto agregó; cruce vuesa merced el patio y el huerto, y suba a la torre. Cuando Ramiro se halló en lo alto del cubo, desde cuya plataforma había visto atardecer siendo niño, en compañía del enano, apoyó su espalda contra las almenas y se puso a esperar.

Sobre las nubes grises ningún ave tendía las alas. Había una infinita melancolía de desierto en la mansedumbre apacible del atardecer. Se apagaba el día en una quietud, en una soledad como de tumba sin flores ni plegarias. El cielo, bajo, inmóvil, deslucido, daba la impresión indecisa de un alma sin anhelos, de un corazón sin latidos.

Pensaba con impaciencia en las largas horas que debían transcurrir antes de que llegase la noche. Estaba resuelta á llamar á Robledo; pero éste, según las noticias de su criadita, se había ido con el comisario á la estancia de Rojas y no regresaría hasta el atardecer. Le era imposible seguir viviendo más tiempo en aquel pueblo. Que se quedase su marido, trabajando en los canales.

«La romántica» no existía para él. Cuando más, le dedicaba un bufido irónico al verla erguida en la puerta á la hora del atardecer contemplando el horizonte, ensangrentado por la muerte del sol, con un codo en el quicio y una mejilla en una mano, imitando la actitud de cierta dama blanca que había visto en un cromo esperando la llegada del caballero de los ensueños.

Mina, dominada por la emoción del atardecer, sentía el pecho oprimido. En sus ojos había lágrimas. «¡Ángeles, adiósSólo se habían mostrado por unos instantes, como las visiones de felicidad que rasgan el lienzo gris de nuestra vida. Ellos se marchaban, se perdían en el infinito, lo mismo que ella desaparecería, tal vez muy pronto, tragada por la sombra.

A ver si hay un guapo que quiera pisarme el poncho. Esta invitación á «pisarle el poncho» era un reto á estilo gaucho para el combate; pero después de un corto silencio los parroquianos empezaron á hablar de otra cosa. Se asomó Torrebianca, al atardecer, á una de las ventanas de su casa, mirando con extrañeza los grupos reunidos en la calle. Su número había aumentado.

Inventando juegos nuevos, haciendo gestos verdaderamente estrambóticos, gracias a sus nada clásicas facciones, o contando cuentos jamás imaginados, nos hacía gratísimas las horas del atardecer y, llegada la hora, sabía conducirnos suavemente al mundo de los sueños.

Al atardecer avanzaban por los caminos, orlados de álamos con inquieto follaje de plata, grupos de muchachas que llevaban su cántaro inmóvil y derecho sobre la cabeza, recordando con su rítmico paso y su figura esbelta á las canéforas griegas. Este desfile daba á la huerta valenciana algo de sabor bíblico.

Salvador la pulsó, acariciándola como a un ángel o como a un niño, blanda y dulcemente. La fiebrecilla que, al atardecer, la enardecía, había remitido en el bienhechor reposo de aquellas últimas horas, y al esconder los ojos a la sombra ideal de las pestañas, el buen sueño reparador la besó en los párpados, hasta que, vigilada de cerca por el amor, se quedó dormida.

Estas aumentaron, cuando lo sorprendí, al atardecer, en la penumbra del corredor, hablando en voz baja con Joaquín, su mozo de estribo y hombre de toda confianza. Simulé no haberlos visto, y pasé de largo; pero resolví empaquetar mis antiguallas y remitirlas a México, cuanto antes, mientras encontraba yo la oportunidad de deshacerme del Administrador.