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Actualizado: 27 de junio de 2025
En medio de la senda, bajo la luz lívida del atardecer, Salvador, desorientado, inconsolable, murmuraba: Padece ella también la terrible psicastenia hereditaria...; es neurópata, con la monomanía del martirio...; está loca..., loca de remate.... ¿Y no la podré salvar?
Un día, al atardecer, vieron los tripulantes unas montañas azuladas por la distancia: la isla de Mallorca. Durante la noche se deslizaron á lo largo del obscuro horizonte los faros de Ibiza y Formentera. Al salir el sol, una mancha vertical de color de rosa, igual á una lengua de fuego, apareció sobre la línea del mar. Era la alta montaña del Mongó, el promontorio Ferrario de los antiguos.
Brilla un sol tenue y amarillo que deshace las formas y las trueca en una insinuación huidera e inmaterial, no se sabe si de aurora o de atardecer, y es mediodía; un vapor áureo que empaña los límites y funde las cosas en unidad fluyente e indecisa, que no se sabe si es de recuerdo o de esperanza. Luz elísea.
Su alegría al volver al acantonamiento después de una semana de trinchera poblaba el silencio de la llanura con canciones acompañadas por el sordo choque de sus zapatos claveteados. En el atardecer de color de violeta, el coro varonil iba esparciendo las estrofas aladas de la Marsellesa ó las afirmaciones heroicas del Canto de partida.
Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única. El sol había caído ya cuando el hombre, semi-tendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío.
Pisaba fuerte, estaba fuera de sí, violento y arisco.... Llévame a su cuarto..., ¡pronto! le dijo a la moza. Fué la mujer delante, guiando por difíciles encrucijadas, y al llegar a una puerta en un rincón, dijo: Aquí es. Entró el médico sin llamar; estaba el cuarto envuelto en la media luz del atardecer, y él fuése derecho a la cama y, se inclinó sobre el cuerpo inerte de Carmencita.
Y en el mismo pajonal, sitiado siete días por el bosque, el río y la lluvia, el mensú agotó las raíces y gusanos posible; perdió poco a poco sus fuerzas, hasta quedar sentado, muriéndose de frío y hambre, con los ojos fijos en el Paraná. El Silex, que pasó por allí al atardecer, recogió al mensú ya casi moribundo.
El viento había cesado por completo, y con la calma del atardecer, en que el termómetro comenzaba a caer velozmente, el valle helado expandia su penetrante humedad, que se condensaba en rastreante neblina en el fondo sombrío de las vertientes.
Una de ellas es Valeria, vestida con un lujo estrepitoso y ávido, como si quisiera resarcirse instantáneamente de sus años de modestia y privaciones. Empiezan á brillar, enrojecidos, los cristales del café, resaltando sobre la luz suave del atardecer. Una tras otra, se encienden las grandes lámparas del interior. Llegan hasta Miguel lamentos voluptuosos de violines.
Los otros oyentes, silenciosos y cabizbajos, no experimentaban menos el encanto de aquellas afirmaciones, que tan audaces resultaban en el ambiente reposado y rancio del claustro. Don Antolín era el único que reía, encontrando graciosísimas, por lo disparatadas, las ideas de Gabriel. Comenzaba a atardecer. El sol había desaparecido tras de los tejados de la catedral.
Palabra del Dia
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