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Actualizado: 11 de junio de 2025
la pálida frente pura reflejando la hermosura del amor de los amores, de la maternal ternura olvidaba en la locura de su espanto los horrores. ¡Oh tu amor cuál te amedrenta! dijo Ataide conmovido. ¡Sí, de la brava tormenta Ayela exclamó el rugido en mi corazon herido siento horrible y me amedrenta!
Dia de luto fué para Granada y para Ataide de fortuna excelsa, que ganó, ya muy tarde, gran renombre, favor del Rey, mercedes y nobleza.
Su cuidado maternal, recelando una desgracia, Ayela con más ferviente dolor reza, ansiosa aguarda á que entre el silencio suenen las presurosas pisadas de Ataide, cruzando el huerto, y miéntras reza y se espanta, de sus ojos su desdicha rebosa en ardientes lágrimas.
Aquel huertecillo verde, aquella tranquila estancia que hace pensar en un nido que á su culto amor consagra, de Ataide, el desventurado, es la doliente morada, que en ella la triste Ayela se extingue como una lámpara, que al fin de una horrenda noche sin pábulo muere exhausta.
A la Alhambra le llevó el Rey, y con él entrando en la sala de Comares, viendo que su acervo llanto no cesaba, interrogóle: Ataide en acento opaco le contó su desventura, y el Rey atento escuchando, cuando brevemente Ataide finó su triste relato le dijo con grave acento, pero cariñoso y blando: Es misterioso y terrible el decreto de los hados: se cumple lo que está escrito: si por tu madre en espanto, Ben Jucef el Meriní huyó en su fuga lanzando una maldicion, ¿qué piensas que esto fué?
Al fin, la faz levantando, en su mirada infinita, avara, á Ataide abarcando, dijo, con voz inaudita, cual consigo misma hablando: ¡Maldita de Dios! ¡Maldita! Luégo, su voz lastimera resonó, vibrante, fiera, aterradora, sombría, cual rugido de pantera, que al temor se desespera de que la roben su cría.
Asida á su Ataide Ayela, miraba, cual la leona que á su cachorro defiende, á Aben Jucef, que su cólera trocado habia en espanto, y ella, al verle, tembló toda.
¡Toma de mis alhajas el tesoro Leila le interrumpió; gente esforzada á sueldo toma, derramando el oro; haz que brille en la lid el nombre moro, corre la tierra infiel en algarada! ¡Tus joyas no, porque en el logro fies exclamó Ataide de mi noble empresa, me bastan de la sierra los monfíes, feroces cual los fuertes jabalíes que se abren paso entre la jara espesa!
Ataide exclama, cuidadoso, mas sereno: ¡el leon en montería, el feroz divertimiento que da á su doliente Leila Aben Jucef el soberbio! ¿Mas por qué de las bocinas no se percibe el acento, ni los ardientes lelíes de los ágiles monteros, ni acorralando á la fiera el ladrido de los perros? ¿Por qué esos rugidos suenan solitarios y siniestros, y la vega los repite cual los repite el Desierto cuando su rey vaga errante de hambre y sed calenturiento.
Hondos suspiros Ataide exhala, que un imposible su sér abrasa, y al dueño hermoso que así le encanta decir no puede sus tristes ánsias; que ella es orgullo, prodigio y gala de la hermosura, la vírgen lánguida, la de las ricas trenzas doradas, ojos de fuego, frente de nácar, la dulce niña, la altiva dama, Leila la Horra, Leila la Hijara. ¡
Palabra del Dia
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