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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Grande disgusto tuvieron las damas hispalenses al conocer el documento, habiendo muchas á quienes no les asustó ni lo de la multa de los veinte mil maravedís, ni lo de la pérdida del manto, y se presentaron envueltas en él por las calles, en las iglesias y en los corrales de La Montería y en el Coliseo.
La excitación febril del tío Manolillo asustó á Dorotea, la asustó por don Juan; comprendió que debía engañar al bufón. Veamos qué hubiérais vos hecho mejor, qué he debido yo hacer. Oye: el hambre pasa cuando se satisface, pero cuando no, se irrita; el que muere de hambre... el que muere de hambre, no niega nada al que le ofrece un pedazo de pan.
Sí, Lucía: quizás en este pecho mío, en apariencia tranquilo; bajo la inocencia y superficial sencillez de mis pocos años, van adquiriendo ya ser y vida vehementes y malas pasiones, como nido de víboras bajo apiñadas rosas. Lo conozco: mi madre tiembla por mí; recela de mi porvenir, y tiene razón. Yo me examino, me estudio y me asusto.
Llame Vd. á la Madre abadesa, que traigo prisa, dijo la cabrita; si no, voy por el abejaruco, que le vi al venir por acá. La tornera se asustó con la amenaza, y avisó á la Madre abadesa, que vino, y la cabrita le contó lo que pasaba. Voy á socorrerte, cabrita de buen corazón, le dijo, vamos á tu casa.
Ella misma se asustó, y en uno de los momentos lúcidos que suelen tener los atacados del terrible mal que ya la oprimía entre sus garras, pidió el espejillo famoso, y Lucía, por no contrariarla, se lo presentó de mala gana.
Quiso llorar; pero su tío Primo recogió del suelo las dos monedas de oro y se las entregó, con lo cual, y con un poco de agua y vinagre con que la lavó su amiga la Serrana, apaciguose lindamente. No sé si me asustó más la barbarie o la prodigidad de aquel bruto.
El padre se durmió, por último, pero con un sueño que asustó bastante a su fiel criado; sueño fatigoso, acompañado de un ronquido o silbo a manera de estertor. Su rostro estaba demudado y más pálido y ojeroso que ordinariamente. Ramón, con todo, tal respeto tenía a las órdenes que su amo le daba, que no se atrevió a llamar al médico. Tampoco se atrevió a despertar al Padre.
Tan opuestas pasiones, batallando dentro de su nerviosa y débil constitución, le hicieron romper en risa sardónica. Después se asustó de sí mismo; se creyó peor de lo que era, tuvo miedo del diablo; tuvo vergüenza de que Dios, que todo lo ve, viese la sucia fealdad de su conciencia, y se compungió y amilanó.
El conde que tenía todo su capital mueble en la banca, se asustó al verle comprometido de aquella suerte; pero no tuvo más que aceptar. Es sentencia del vulgo que los afortunados en amores son desgraciados al juego: pero más cierta parece la contraria afirmación. Cuando acude la buena dicha, acude para todo, y lo mismo cuando la desdicha acude. El conde fue tirando cartas, y no salía ningún tres.
Fui tan ciego, que no preví su resistencia, su fidelidad, su grande afecto al primer amigo; afecto más fuerte que todos los martirios y todas las privaciones. Dispuse entrar en la casa cuando estuviera sola, y entré por donde usted sabe. Ella, al verme, se asustó tanto, que casi me arrepentí de haber dado aquel paso.
Palabra del Dia
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