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Actualizado: 9 de junio de 2025
En el siniestro lado tenía una grande y muy negra verruga, que asemejaba un exvoto puesto en el altar de su cara por la piedad de un católico. El cuerpo formaba gran armonía con el rostro; y en sus manos pequeñas, coloradas y gordas, resplandecían muchos anillos, en los que los brillantes habían sido hábilmente trocados por piedras falsas. Echemos un velo sobre estas lástimas.
Iba ataviado con mucha elegancia, la corbata anudada con abandono y el traje, de tela ligera, tan holgado como era su gusto usar la ropa, sobre todo en verano. Tenía un modo de andar tan desenvuelto, una manera tan libre de moverse, vestido de ropa flotante que en ciertos momentos, de todo en todo asemejaba un joven extranjero, inglés o americano.
Le quería dar un beso. Sabel salió y volvió con el chiquillo agarrado a sus sayas. Le había encontrado escondido en el pesebre de las vacas, su rincón favorito, y el diablillo traía los rizos entretejidos con hierba y flores silvestres. Estaba precioso. Hasta la venda de la descalabradura le asemejaba al Amor. Julián le levantó en peso, besándole en ambos carrillos.
Rostro acuchillado con varios chirlos y jirones tan bien avenidos y colocados de trecho en trecho, que más parecían nacidos en aquella cara que efectos de encuentros desgraciados; mirar bizco, como de quien mira y no mira; barbas independientes, crecidas y que daban claros indicios de no tener con las navajas todo aquel trato y familiaridad que exige el aseo; ruin sombrero con oficios de quitaguas; capa de éstas que no tapan lo que llevan debajo, con muchas cenefas de barro de Madrid; botas o zapatos, que esto no se conocía, con más lodo que cordobán; uñas de escribano, y una pierna de dos que tenía, en vez de sustentar la carga del cuerpo, le servía a éste de carga, y era de él sustentada, por donde del tal corredor se podía decir exactamente aquello de que Tripas llevan pies; metal de voz, además, que a todos los ruidos desapacibles se asemejaba, y aire, en fin, misterioso y escudriñador.
En tiempos anteriores los alcaldes tenían su asiento en el escenario. Hay razones para presumir, que la construcción de los teatros más importantes de las demás ciudades de España, se asemejaba en lo esencial á la del de Madrid. La hora ordinaria, en que comenzaba la función, era la de las dos de la tarde, y por consiguiente no había necesidad de alumbrado.
Pero el ermitaño, cuya barba era más blanca que la nieve, cuya piel estaba más arrugada que una pasa, y cuyo cuerpo se asemejaba a un consunto esqueleto, echó sobre ellas una mirada penetrante con unos ojos, aunque hundidos, relucientes como dos acuas, y dijo con voz entera, alegre y suave: Gracias al cielo que al fin estáis aquí. Cien años ha que os espero.
Se asemejaba a brillante mariposa custodiada muchos años bajo un fanal, y que se deshace y convierte en ceniza, no bien se levanta el fanal y una ligera ráfaga de viento toca en ella y la mueve.
Al encontrarlos en la calle, jamás levantaba la cabeza para recibir su saludo; y si alguno se dirigía á ella resueltamente, entonces indicaba en silencio la letra escarlata con un dedo, y continuaba su camino. Esto podría atribuirse á orgullo, pero se asemejaba tanto á la humildad, que producía en el espíritu del público todo el efecto conciliador de esta virtud.
En conjunto el gran edificio se asemejaba a un concierto de voces que convidasen a la existencia rápida y fácil de nuestro siglo.
Pasó las primeras horas del día con la señorita Guichard y á eso de las tres se dirigió al terraplén. Allí, sentada en el banco de piedra, con la labor sobre la falda, se asemejaba á la Virgen del bordado, como decía Mauricio. No trabajaba gran cosa y pensaba ... pensaba más que había pensado desde su nacimiento.
Palabra del Dia
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