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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Sus groseros versos contra viejas y hechiceras los he leido con mucho asco; y no veo qué mérito tiene decir á su amigo Mecenas, que si le pone en el catálogo de poetas líricos, tocará á los astros con su erguida frente. A los tontos todo los maravilla en un autor apreciado; pero yo, que leo para mí solo, no apruebo mas que lo que me da gusto.
Muchas veces, sin embargo, la tinta se corría sobre la piel de que estaba revestido y quedaba el globo hecho un asco, y vuelta a comprar otro su padre, para que el fuego de la pasión geográfica no se extinguiese en el niño. Pues tocante a las esferas, pasaba lo propio.
Ella no había entendido gran cosa; la letra era de rasgos desordenados y fantásticos y además estaba en francés. Pero las pocas palabras que había podido adivinar, y más que esto, su instinto femenil, la hicieron comprender desde la primera ojeada que era una carta de amor, escrita con el mayor desenfado. ¡Qué asco!
Tomó la mano de Miguel y lo condujo suavemente hasta el centro de aquel fantástico recinto, y se dejó bañar un instante por el rayo de la luna. Mil pensamientos poéticos cruzaron entonces por la imaginación de la dama. ¡Qué desprecio y qué asco le inspiraba en aquel momento el mundo frívolo que se veía obligada a habitar!
Comió, si no con gran placer, al menos sin hacer ningún asco, mientras el mayordomo la contemplaba fijamente con expresión triunfal. El Canelo participó también del festín, y bien lo tenía ganado, pues por milagro no se le desprendió el rabo á fuerza de menearlo. Vamos, vamos, que ya es hora de ir llegando á la fiesta. Y otra vez emprendieron la marcha, alargando el paso.
Y por el rostro de aquel hombre, que no parecía sensible más que a los cheques y talones, rodaban dos gruesas lágrimas. Reynoso se alzó y tambaleándose como un beodo salió de la taberna seguido de sus amigos. Cuando estuvieron en la calle se volvió hacia su cuñado y apretándole la mano dijo: ¡Tienes razón, Tristán, la vida es un asco!
Si me vuelve usted a decir que es hermosa la muerte replicó el otro cogiendo la vara y esgrimiéndola cómicamente , le lleno el cuerpo de chichones. ¡Decir que es guapa esa tarasca, mamarracho, más fea que el no comer! Mírela usted allí, mírela allí con esa cara que da asco... mírela, y como diga que es guapa, le pulverizo.
El la toma por las dos muñecas, y sacudiéndola le dice con voz ahogada: ¿Pero sabes también que yo no soy más que un miserable, un ser vil y perdido, un borracho, que no sirve para nada? ¡Si me pudieses ver, te daría asco!... Las personas honradas se apartan de mí; me he convertido para ellas en un objeto de repulsión... ¿Y te figuras que yo podría amarte?
Una de ellas, la tía pescueza que decía Primo, vino hacia mí con una cañita, y se la bebió, diciendo: Por uté, güen moso. Luego se sentó a mi lado y emprendió mi conquista, sin lograr enternecerme. Sus redondeces excepcionales no me hacían efecto: me causaban asco.
Ya no hay aprensiones: ya no veo hormigas en el aire, ni burbujas, ni nada de eso; hablo de ello sin miedo de que vuelvan las visiones: me siento capaz de leer a Maudsley y a Luys, con todas sus figuras de sesos y demás interioridades, sin asco ni miedo. Hablo de mi temor a la locura con Quintanar como de la manía de un extraño. Estoy segura de mi salud. Gracias, amigo mío; a usted se la debo.
Palabra del Dia
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