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Detuvo su alborotado lenguaje unos instantes, dejando que se extinguiese la llamarada del recuerdo impúdico que había enrojecido su palidez. Todo lo despreciaba continuó . Yo conozco á los hombres de mar: soy hija de marino. Muchas veces vi á mi madre llorando, y su simplicidad me dió lástima. No hay que llorar por lo que hacen los hombres en lejanas tierras.

Muchas veces, sin embargo, la tinta se corría sobre la piel de que estaba revestido y quedaba el globo hecho un asco, y vuelta a comprar otro su padre, para que el fuego de la pasión geográfica no se extinguiese en el niño. Pues tocante a las esferas, pasaba lo propio.

El doctor casi se preocupaba ya más de la duquesa que de la enferma. Su última esperanza era que la hija se extinguiese dulcemente y que la madre se salvase. Hizo su visita a Germana, le tomó el pulso por pura fórmula, le ofreció una caja de bombones, la besó fraternalmente en la frente y pasó a la habitación del señor de La Tour de Embleuse.

Empezaba á ocultarse el sol cuando llegó cerca de tierra, y fué siguiendo su contorno á unos cincuenta metros de distancia. Iba en busca de una bahía pequeña ó de la desembocadura de un riachuelo para poder desembarcar, conservando su bote. Como empezaba á anochecer, aceleró su exploración antes de que se extinguiese por completo la incierta luz del crepúsculo.

¡Ni mejor ni peor, bobalicona! ¿No ves que Regalado quiere divertirse á vuestra costa y hacer reir á la gente? exclamó con ímpetu la avinagrada Jeroma. Respondió Pacha con otras palabras no menos resquemantes y comenzó una batalla de sarcasmos y denuestos que Regalado procuraba atizar para que no se extinguiese tan presto. La alegre tertulia gozaba en el altercado.

Para que no se extinguiese del todo la memoria de su pasado, peinábase el recio pelo en brillantes tufos sobre las orejas y conservaba luengo en el occipucio el sagrado mechón, la coleta de los tiempos juveniles, signo profesional que le distinguía de los otros mortales. Cuando Gallardo se enfadaba con él, su cólera ruidosa de impulsivo amenazaba siempre a este adorno capilar.

Lo que le pido es un esfuerzo; que me salve, que nos saque de este atascadero, hasta que yo pueda marchar solo. Secáronse los ojos de la vieja e hizo una mueca dura, como si de repente se extinguiese su emoción. No podía salvar a su nieto; ella era una pobre. Y cruzó los brazos, mostrándose resuelta a escuchar sin conmoverse cuanto le dijera Isidro.