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Actualizado: 1 de junio de 2025


Pues es la de mi cuarto: ahí duerme tu tío sesenta años haz; los restantes, quiero decirte, los primeros de la vida, me los dormí en esa alcoba de este lado de la entrada: mucha parte de ellos con tu padre, en una misma cama, hasta que, por andar a testerazos muy a menudo los dos debajo de la ropa sobre quién estorbaba a quién... ¡qué pernear el de aquel arrastrado, hombre! nos separaron, y le echaron a él a dormir solo en un cuarto de los de atrás... Aquí tienes la mesa, de encina pura, como los bancos... Bien retallados de espaldar, ¿eh?... como los bordes de la mesa y las cuatro patas; digo, no, que las patas están como torneadas en rosca, igual que los fierros cruzados que tiene por debajo... También tienen algo de torneo las sillas arrimadas a las paredes.

Otro bonito colorín, diestro cimbel, asido á la varilla saliente que estaba fija á una tabla de pino, volaba á cada momento hasta donde lo consentía el hilo largo que le aprisionaba, y volvía con mucho donaire á posarse en la varilla. Los jilgueros cantaban de vez en cuando y animaban la habitación. Arrimadas á un ángulo había dos escopetas de caza.

Arrimadas a la pared había en casi todas macetas con flores. Diga usted, hermosa pregunté a una joven de rostro correcto, virginal, que se hallaba delante de una puerta : ¿me podría usted decir si vive en este corral una tal Paca? ¿Sigarrera? Eso es. , señó; allí enfrentito, donde está aquel jardinillo, ¿sabuté?

El hombre nos saludó muy cortés y se acercó á nosotros; pero al poco rato, como necesitaba escupir la bilis, sobre si yo había dejado por la mañana las tablas del camastro arrimadas á la pared ó en el suelo, me largó una bofetada... Allí vierais á la Carbonerilla hecha una leona fajarse con él á pescozones. ¡Pin pan! de aquí, ¡Pin pan! de allá... En fin, que el hombre se vió negro para librarse de sus uñas...

A esto añadian los soldados, incitados por Pagador, se persuadiesen era cierta la conjuracion: los unos afirmaban que el corregidor tenia prevenida una mina para volarlos repentinamente, otros gritaban que no habia que dudar, porque tenia arrimadas escaleras para asaltarlos de improviso por el corral de su casa.

El otoño iba despojando a la parra de su pomposo follaje recortado, y los nudosos sarmientos parecían brazos de esqueleto mal envueltos en los jirones de púrpura de las pocas hojas restantes. Algún racimo negreaba en lo alto. En unas tinas viejas arrimadas al banco de piedra, había botellas vacías que semejaban embarcaciones náufragas varadas en un arenal.

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